En un momento clave para la transición ecológica del campo europeo, el proyecto Monitoreo de los aspectos clave de la sostenibilidad ecológica –biodiversidad, agua, suelo y clima– y eficacia de los planes de acción en cultivos hortofrutícolas de España, impulsado por ESS (GLOBALG.A.P-Global Nature Fund y Quality & Adviser –Biodiversity Grow-), pone a prueba un modelo pionero en sostenibilidad agrícola en España. Con 157 hectáreas de cultivos hortofrutícolas como laboratorio vivo, la iniciativa busca convertir la biodiversidad en ventaja competitiva. Carina Mazzuz, directora técnica del proyecto en España, explica cómo mediante los estándares de sostenibilidad se aspira a transformar la forma en que cultivamos, exportamos y cuidamos el planeta.
¿Qué distingue a Biodiversity Grow de otras certificaciones agrícolas?
Biodiversity Grow no es solo una certificación, es una herramienta de acompañamiento al agricultor. La gran diferencia es que no nos limitamos a evaluar en una auditoría, sino que proporcionamos diagnóstico, seguimiento, asesoramiento y un plan de acción específico para cada finca. Nuestro objetivo es ayudar a los productores a avanzar paso a paso en su transición hacia prácticas sostenibles con impacto real.
Las 3 entidades formamos parte del ESS working group y entiendo que nos han escogido en España para este piloto porque podemos aportar nuestra experiencia en materia de métricas de sostenibilidad y ayudar a la transición de los agricultores al ESS de forma facilitada y más rápida. Para Global Nature Fund entiendo que esta colaboración conjunta permite la mejora de su documento Guia de Biodiversidad Basic Set. BioDiversity Grow además está siendo evaluado por Food for BioDiversity fundación alemana para la biodiversidad y el cambio climático como estándar recomendado en biodiversidad a nivel europeo.
Para las 3 entidades es una gran oportunidad de trabajo en conjunto y de prueba práctica en fincas modelo de indicadores viables y compatibles con el cultivo.

¿Cómo se articula el proyecto piloto?
Es un programa nacional que mide el impacto ambiental en 157 hectáreas repartidas por la Comunitat Valenciana, Andalucía, Aragón y Murcia. Analizamos más de 30 indicadores en cultivos como tomate, brócoli, cítricos o melón. Combinamos visitas de campo, laboratorio y seguimiento continuo durante tres años. No hablamos de sostenibilidad en abstracto, sino de métricas concretas sobre biodiversidad, agua, suelo, uso de fitosanitarios, huella de carbono o especies invasoras. Trabajaremos durante 3 años. Se realizarán trabajos de campo, de laboratorio, mesas de discusión y guias prácticas. Se compartirán las conclusiones entre los productores fomentando la transparencia y la mejora común. Se alineará todo el proyecto con las exigencias de ESS. Se establecerá una guía de buenas prácticas y se evaluará la consecución de las mismas.
¿Qué implicaciones tiene participar en el proyecto para las empresas agrícolas?
Además de cumplir con los estándares del Pacto Verde Europeo o la Ley de Restauración de la Naturaleza, las empresas pueden acceder a mercados que exigen certificaciones avanzadas como el ESS de GLOBALG.A.P. Esta nueva certificación europea, que estamos ayudando a desarrollar, será clave para exportar a los grandes retailers europeos. No solo mejora la sostenibilidad, sino también la competitividad comercial. Además los indicadores se van a relacionar con los 7 riesgos identificados a nivel europeo que son Escasez de agua, contaminación de agua, cambia en la cobertura/usos del suelo, pérdida de especies, salud del suelo, cambio climático y toxicidad.
¿Qué resultados esperáis obtener a medio y largo plazo?
A corto plazo, ya estamos viendo mejoras en infraestructuras ecológicas o en la presencia de fauna auxiliar. En fincas que ya estaban en BioDiversity Grow, se ha registrado un aumento del 55 % en especies beneficiosas de insectos, una reducción del 70% en las aplicaciones herbicidas y una reducción del 12 % en fertilizantes nitrogenados entre otros. Con lo cual con las actuaciones del piloto que no son teóricas sino reales para todos los participantes esperamos mejorar en las fincas que intervienen los diferentes aspectos como uso del agua, biodiversidad, uso de pesticidas, contaminación y reducir los riesgos.
A largo plazo, queremos generar un set de indicadores válidos para toda Europa y demostrar que la biodiversidad no es un freno, sino un motor para la rentabilidad.
¿Qué papel juega la ciencia en este proceso?
Fundamental. Trabajamos con la Universitat Politècnica de València (UPV), biólogos, edafólogos, químicos y expertos en agricultura sostenible, aunque también tenemos contactos en todo el país con la red universitaria. Todo lo que hacemos tiene base científica, desde el muestreo de fauna hasta la huella de carbono. Incluso los planes de acción están validados académicamente. Sin esta base, estaríamos haciendo greenwashing. Aquí hablamos de impacto verificable por profesionales especializados.
¿La certificación Biodiversity Grow permite etiquetar el producto como sostenible?
Sí, y eso es muy importante para el consumidor final. Tanto los productores que ya partipan en BioDiversity Grow como los que se han incorporado por el piloto pueden extendiendo la sostenibilidad a la fase de envasado mediante una evaluación complementaria en almacén y campo bajo los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la certificación de tercera parte llegar a que el consumidor pueda ver en la etiqueta de producto que este ha sido producido con prácticas respetuosas con el entorno. Es una forma de premiar al agricultor comprometido y dar al consumidor herramientas para elegir responsablemente. Esto es así porque no se puede decir que un producto es sostenible solo cuando sus prácticas de campo cumplen estas directrices y sin tener en cuenta la fase de envasado ni los aspectos sociales o económicos que conforman junto al ambiental los 3 pilares de la sostenibilidad.
¿Qué retos estáis encontrando en la implementación?
El principal reto es el punto de partida tan diverso entre explotaciones. Algunas fincas tienen experiencia en sostenibilidad, otras no han trabajado nunca con indicadores ambientales. Además, no hay soluciones mágicas: cada finca necesita un plan personalizado. También hay un componente de cambio cultural. Convencer de que mejorar la biodiversidad puede mejorar también la rentabilidad requiere tiempo y evidencia.

¿Y qué papel tienen las grandes cadenas de distribución en este proceso?
Un papel clave. Los grandes retailers están exigiendo métricas verificables a sus proveedores para cumplir con normativas como la CSDDD o la CSRD. Quieren saber que sus frutas no solo son frescas, sino que su producción ayuda a restaurar ecosistemas. Con Biodiversity Grow estamos dando a los productores esas métricas y ayudándoles a estar un paso por delante en el nuevo marco normativo europeo.
¿Qué mensaje trasladaría a los agricultores que aún no se han sumado a este tipo de iniciativas?
Que no se trata solo de cumplir con normativas o vender más, sino de asegurar el futuro de su propia tierra. Hoy sabemos que una finca rica en biodiversidad es más resiliente al cambio climático, requiere menos insumos y ofrece alimentos más sostenibles. La biodiversidad no es un lujo, es un activo estratégico. Y el momento de actuar es ahora.