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La tarea del editor pequeño recuerda un poco a la de los buscadores de oro de finales del XIX: dedican el esfuerzo a escurrir ríos enteros, separan kilos de grava y arena de las pepitas, juntan unas cuantas de éstas y las pulen para vivir de su venta. Después, con más trabajo, algún intermediario y un bonito envoltorio, la joya escoge a su dueño como el libro a su lector.
Así, el flujo de textos que atraviesa la mesa del editor pequeño desemboca en un cribado severo, que cristaliza después en un catálogo de no demasiados títulos pero de asombrosa coherencia, originalidad y belleza. Sus pepitas. España cuenta con un amplio abanico de editoriales de este tipo, de las que da buena cuenta la serie ‘Editar en tiempos revueltos’ de Jotdown; sin embargo, en 360º Press hemos querido quedarnos con tres ejemplos muy diversos entre sí (y una última editorial de la que hablaremos al final).
La primera editorial se llama Libros del KO y es tal vez la más reconocible para el gran público. Su reciente fama, en parte, se la debe a la polémica suscitada en torno al secuestro judicial de ‘Fariña’, un trabajo periodístico firmado por Nacho Carretero en el que desmadeja la histórica trama del narcotráfico en Galicia, empezando por los tiempos en los que Vilagarcía de Arousa parecía Medellín. Fuera de este pico de popularidad, ¿dónde encuentra a sus lectores la editorial Libros del KO?
“Nosotros ocupamos un lugar que hasta ahora estaba desatendido por las grandes editoriales, en particular dentro de la no ficción y el periodismo. En ese nicho hemos abierto un hueco y hemos logrado conectar con un público fiel”, explica Alberto Sáez, editor de Libros del KO. “La apuesta es arriesgada porque nos dirigimos a una franja de gente interesadas por las historias reales y el periodismo de largo aliento, que no está dominado por la actualidad. Las ventas son pequeñas de casi todos nuestros títulos, pero a veces hay algún título que funciona mejor, caso de Fariña, que fue nuestro best seller y nos ha permitido asentarnos como editorial y vivir con cierta tranquilidad”.
La segunda editorial se llama Impedimenta y acumula casi 12 años en el negocio de los libros. El sello de Enrique Redel ofrece un catálogo de autores vivos que conviven con plumas de otro tiempo; escritores semidesconocidos con grandes nombres de la literatura; clásicos históricos con clásicos instantáneos; etc. Impedimenta es un tótum revolútum de piezas estimulantes en continente y apabullantes en contenido. No es literatura sencilla, ni tampoco lo pretende.
“Si las grandes editoriales tienen músculo financiero, presupuestario, nosotros tenemos que recurrir a nuestra fiabilidad –no podemos marcarnos faroles–, a la originalidad y a construir una estética más cuidada”, resume el editor Enrique Redel. “Todo eso debes apoyarlo en un catálogo solvente de autores interesantes, y luego has de convencer casi librería a librería de lo que estás haciendo y de que merece la pena. Es una carrera a largo plazo”, apostilla.
Más allá de su marcadísima línea estética, el fuerte de Impedimenta radica en el proceso de selección. El cribado. “Tenemos cada vez más autores contemporáneos en nuestro catálogo porque hay una búsqueda de nuevas voces y nuevas maneras de expresión desde un punto de vista narrativo. Vamos a cosas que nos gustan como lectores. Si un libro no nos convence pero ha ganado muchos premios, no lo publicaremos”, añade Redel.
El tercer ejemplo de editorial pequeña a la búsqueda de un lector avezado –y fiel– se llama Jekill & Jill y está regentada por un hombre orquesta: Víctor Gomollón. Este sello trabaja la edición de cada obra partiendo del papel como objeto fetiche, y lo hace frente a la inercia de una industria que no tardará en volver a buscarle acomodo al libro digital. ¿Cómo se defiende uno de la hegemonía de las pantallas?
“Yo no estoy en contra del libro digital, me parece bien. Pero estamos hablando de un camino diferente: creo que un libro como objeto, cuando es bello, sí que tiene cabida en el mercado”, opina Víctor Gomollón. “Los libros que están editados con poca gracia son los que más posibilidades tienen de que sean leídos en digital, porque no aportan nada más que el texto. Mi intención es crear libros bellos, que por otra parte es algo que se ha hecho desde el principio de la historia de los libros”.
Una tiburón en la pecera
Las editoriales consultadas pertenecen a una industria editorial que trata de no perder el paso respecto al ritmo impuesto por Amazon, gran operador de aspiraciones monopolísticas que poco a poco agota el oxígeno de las librerías independientes.
Sobre esto, el periodista Peio H. Riaño acaba de publicar un interesante artículo que aporta algo de contexto al reciente cierre de tres librerías históricas: Portadores de Sueños (en Zaragoza), Semuret (en Zamora) y Moya (en Madrid). La intuición nos invita a pensar que existe una correlación clara entre los cierres de librerías tradicionales y el progresivo crecimiento de Amazon; pero, ¿es realmente así?
Para Enrique Redel, de Impedimenta, las grandes superficies o Amazon no son las culpables de que se popularice la literatura de consumo rápido o que incluso se deje de leer: “Yo creo que el mayor enemigo del libro no es ni Amazon ni el libro electrónico; los grandes enemigos son Fornite, Facebook y Juego de Tronos. Esa es nuestra batalla, más que la batalla de la distribución o del precio. Es una cuestión de cambio del entretenimiento. Por eso cierran librerías, porque la gente prefiere ver una serie que leer un libro”, argumenta el editor.
Sus colegas coinciden en el diagnóstico: el problema no es tanto Amazon como el cambio de hábitos. Amazon, igual que la Fnac o la librería del barrio, juega con reglas parecidas a los demás operadores: en España rige un sistema de precio a través del cual el editor marca un precio final y todos los comerciantes tienen que vender por esa cantidad. Si Amazon concentra más cuota de mercado es gracias a su marketing expansivo, las facilidades de compra o la precisión del algoritmo en las recomendaciones.
“Ahora mismo Amazon está ofreciendo cosas que el resto de librerías no pueden ofrecer”, opina Redel. “Ante eso tenemos una opción: que las librerías se unan y hagan bien a su barrio ofreciendo calidez, cercanía y una recomendación sincera sin la interacción de algoritmos. Ningún librería podrá enfrentarse de manera individual, pero el sector asociado podría plantear una alternativa”, propone el editor de Impedimenta.
Víctor Gomollón, en cambio, prefiere enfriar el debate: “Creo que ese tipo de noticias suelen crear una mala sensación en el lector. Realmente nada se acaba, pero cuando se habla de librerías que cierran se habla como de un todo. Sin embargo, en otra industria como la de los bares cuando cierra un local ya sabemos que eso no afecta al resto. En este caso debería ser igual. No obstante, sí que es cierto que ha bajado el número de lectores por la competencia directa de las series. Es posible que las pequeñas editoriales estemos trabajando en un negocio vintage”, resuelve el editor.
A vueltas con el fondo
Otra espita abierta por el artículo de El País tiene que ver con el fondo de las librerías, sobre cómo gestionarlo de forma que las editoriales no pierdan dinero y los libreros no acaben endeudados hasta las cejas. “Las distribuidoras y editoriales cobran los ejemplares de 60 a 90 días. De modo que si en ese tiempo no los han vendido, o los devuelven o los pagan”, dice el periodista, que en otro punto del texto afirma: “En el último barómetro de ventas publicado (2016) queda claro que cuanto más grandes las librerías, más fondo tienen, menos devoluciones hacen y más venden”.
Es decir, según esto, las librerías pequeñas y medianas necesitarían acumular fondo gratis para poder competir con las grandes. Desde el punto de vista editorial, ¿es factible? “La idea es buena, que todas las librerías puedan tener libros en depósito sin tener que pagar un duro. Está bien, pero puede pasar que una librería te pida 40 ejemplares de un libro y pasados seis meses te devuelva 39. Eso sería un drama. Imagínate que lo hicieran con todo el catálogo. De algún modo hay que agradecer que las librerías no tengan demasiado hueco para tener todo tu catálogo”, afirma Gomollón.
Para Alberto Sáez, sin embargo, el problema radica fundamentalmente en la mesa de novedades: “Normalmente la política del sector es publicar y publicar novedades, y eso ahoga a las librerías pequeñas. Al final las novedades son las mismas en todas las librerías, y esa uniformidad va en detrimento del perfil construido por cada librero, que al final es lo que le distingue y lo que hace que un determinado cliente siempre vaya a su librería”.
Enrique Redel, por su parte, aprovecha el debate para tender puentes con los libreros, y afirma que se encuentra en una “especie de campaña de creación de catálogo de fondo para librerías” mediante la que Impedimenta quiere colocar libros fijos en las estanterías con condiciones beneficiosas para las dos partes. “Es de responsabilidad y de sentido común. Mi negocio es que al librero le vaya bien, porque es alguien que trabaja en nuestro equipo”.
Editorialismo amateur
En los márgenes de la industria –a veces por dentro, a menudo por fuera– crecen editoriales humildes que permanecen ajenas a los debates del sector; proyectos personales destinados a imprimir obras literarias o periodísticas por puro amor a la profesión. Un ejemplo cercano: 360º Libros.
Este proyecto nacido en la incubadora de Soma Comunicación, ahora en stand-by, llegó para proporcionar un soporte editorial a periodistas con inquietudes literarias sin acomodo en las grandes firmas. Dar voz a talentos sin padrinos: un poco el objetivo de cualquier editorial pequeña. Hasta la fecha cuenta con cuatro títulos en su catálogo, cuatro joyas que –efectivamente, ellas también– siguen en busca de nuevo lector.