El arquitecto Mies van der Rohe construyó hace más de 70 años una de las casas más representativas de la arquitectura del siglo XX y del estilo internacional en concreto: Farnsworth House. Pero su alzamiento no estuvo exento de problemas, debido a la falta de privacidad y a la incomodidad que generaba en la clienta y dueña del edificio, la doctora Edith Farnsworth, que le llevaron a sufrir estrés durante años.
Dos mentes privilegiadas se unieron hace más de 70 años para crear una de las obras arquitectónicas más importantes del siglo XX: Farnsworth House. El arquitecto Mies Van der Rohe puso la técnica y la creatividad. Por aquel entonces ya era denominado por los críticos como el máximo representante del estilo internacional junto con Gropius y Le Corbusier y era decano de la Escuela de Arquitectura del Instituto de Tecnología de Illinois (IIT). Por su parte, Edith Farnsworth, prestigiosa doctora en Medicina de la Northwestern University, especializada en el sistema nervioso y nominada al Premio Nobel en varias ocasiones por sus investigaciones con esteroides, dispuso el dinero para llevar el proyecto a cabo.
Mucho se rumoreó sobre su supuesta relación amorosa, pero lo que sí es cierto es que, sentimental o no, acabó como el rosario de la aurora. Y todo, por la falta de comodidad que envolvía a una de las casas más representativas del menos es más, que sorprendió por su minimalismo y su simplicidad y que rompió esquemas por la disposición de sus estructuras.
“Se evidencia una modulación rigurosa y una síntesis sumamente radical, imposibles de encontrar en otro proyecto. En sí misma es un manifiesto del movimiento moderno. También es cierto que en su momento fue revolucionaria y que derribó muros del pensamiento arquitectónico, pero hoy en día sería imposible construirla; no por falta de medios o de tecnologías, sino porque no cumple con las normativas de eficiencia energética, habitabilidad y confort“, explica el arquitecto Héctor Villarejo.
De hecho, en estos tres puntos últimos reside el centro del conflicto entre Mies van der Rohe y Farnsworth. La casa se construyó en un terreno que la doctora poseía a orillas del río Fox, en la localidad de Plano (Chicago, Illinois), donde ella quería tener un espacio al que retirarse durante los fines de semana, pero que nunca fue el lugar de descanso que ella esperaba tener. Y todo se debía a que el arquitecto diseñó un contenedor elevado sobre una plataforma grande y otra de acceso, con paredes de vidrio pulido a mano y con un único espacio interior. Con ello, ignoró las peticiones de su cliente y suprimió todo aquello que no fuera estrictamente necesario.
Lo principal para Farnsworth era la completa ausencia de privacidad, que le llevaba a sentirse como una mujer en una caja de cristal. Sin cortinas, las cuales solicitó a Mies van der Rohe, pero este se negó a que fueran colocadas, ya que consideraba que el objeto central de la vivienda era la transparencia total entre el interior y el exterior. Una nitidez que congregaba cada día a curiosos en una arquitectura tan rompedora y en la posibilidad de ver a una señora en su vida diaria a modo de reality show. Y cada noche a innumerables insectos atraídos por la luz artificial, que tuvo que quitar (solo mantuvo algunas lamparitas) para evitar el asedio de los bichos.
Además, la doctora tampoco podía tener objetos personales como, por ejemplo, un armario, ya que el arquitecto argumentaba que un mueble tan grande rompería la continuidad visual de la casa y la buscada transparencia que tenía que aportar la sensación de vivir en plena naturaleza.
Y, aunque Farnsworth residió varios años en la casa, sumida en una profunda tristeza y en un estrés que casi le lleva a la demencia, como afirmaban las malas lenguas, a pesar de haber podido modificar algunos aspectos del diseño original para preservar su privacidad, el conflicto se llevó a los tribunales.
Por un lado, la doctora dejó de pagar los gastos de la edificación a medida que las obras se retrasaban, que el presupuesto se disparaba y que la casa se sumergía en las profundidades del río Fox cada cierto tiempo al estar construida sobre terreno inundable. Por el otro, Mies van der Rohe respondió con una demanda por impago e incumplimiento de contrato en la Corte del Estado de Illinois (añadió que estaba despechada por su rechazo). Tras la contrademanda de Farsnsworth por ignorar sus deseos y excederse con el coste acordado inicialmente, el primero ganó el juicio y ella se vio obligada a pagar las facturas restantes.
La dueña pudo finalmente vender la casa al magnate de la construcción inglés Lord Palumbo, que sufrió las inundaciones más importantes, que acabaron prácticamente con todo el mobiliario, hasta que consiguió deshacerse del edificio a través de la casa de subastas británica Christies a muy buen precio. La casa y los 39 acres de terreno de la parcela son gestionados en la actualidad por un grupo conservacionista de Illinois.
Un símbolo del estilo internacional
A pesar de los problemas que rodearon a Farnsworth House durante toda su existencia, los profesionales se quedan con el valor arquitectónico que posee. Construida en acero y vidrio, esta vivienda unifamiliar es una muestra del amor que Mies van der Rohe sentía por la sencillez y la perfección en los detalles constructivos.
“La casa está contenida entre dos planos horizontales que parecen levitar, entre los árboles, sin siquiera perturbar el crecimiento de la hierba, ni interrumpir los eventuales desbordamientos del río Fox. La casa observa a la naturaleza intacta e indefectiblemente también es custodiada. Fue gracias a concepciones vanguardistas de personajes como este arquitecto, Gropius o Le Corbusier, que hoy disfrutamos de una manera arquitectónica más simplificada y racionalista frente a la divergencia de estilos, la ornamentación y la discordancia entre la forma y la función de las construcciones que se daba décadas atrás del alzamiento de esta representativa figura del estilo internacional“, concluye Villarejo.
José Manuel García-Otero