Gregor Samsa o el derecho a sentirse un bicho raro

Se cumplen cien años de la primera edición de La metamorfosis, de Franz Kafka, una de las obras cumbres de la literatura universal de todos los tiempos. Kafka la escribió en menos de un mes, entre el 17 de noviembre y el 7 de diciembre de 1912, aunque tuvieron que pasar tres años más hasta que Max Brod dio el libro a la imprenta.

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Para festejar esta efemérides se han organizando actos en medio mundo, aunque los más importantes han tenido y tienen lugar en Alemania y  República Checa, como es lógico. Aquí, en esta piel de toro sin lidia ni embolado,  parece que esto del medio mundo a mundo entero pertenece más bien a otra galaxia. El centenario de La metamorfosis, como era de esperar, está pasando sin ninguna pena y con inexistente gloria. Algo de lo que no hay que sorprenderse viendo el poco caso que se le está haciendo al IV Centenario de Cervantes, al Centenario de la muerte de Rubén Darío y al Centenario del nacimiento de Camilo José Cela. El V Centenario de Ramon Llull ni siquiera se contempla más allá de Catalunya y Baleares. Eso faltaba encima.

 

Pues ya veis, si no se tiene sensibilidad con lo propio, con lo ajeno mucho menos, y encima con una novela que cuenta la historia de un hombre que se convierte en insecto, cuyo autor era checo, judío y escribía en alemán. Ni efemérides ni animación lectora ni pepinillos en vinagre. Eso de la cultura universal no se tiene nada claro, ni siquiera cuando hablamos de obras que son Patrimonio de la Humanidad. Aquí al PIB, a los recortes y pagar las deudas. Visto lo visto, servidor que es “very polite”, como dicen los ingleses, ha decido dedicarle unas líneas a  Gregor Samsa. Este viajante y su artifice se lo merecen. Vaya si se lo merecen.

 

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La metamorfosis es una de las obras de la literatura universal a la que más punta se le ha sacado, con sacapuntas y con puntax, e incluso con la mina de grafito rota o con rotulador amarillo chillón. Que si la nostalgia del padre, que si el dardo contra la familia, que si la incomprensión y la crítica contra las instituciones institucional, que si la responsabilidad, que si el egoismo humano, que si la puya al bienestar…  Todas son interpretaciones válidas, porque en realidad  La metamorfosis es un laberinto interminable. Cada vez que relees esta obra encuentras nuevos matices, nuevas interpretaciones y nuevos sentidos, pero todos ellos discutibles. Esta duda constante  hace que el libro no tenga fin, que siempre esté vivo. Nunca una novela tan breve dijo tanto.

 

Puestos a apostar por una interpretación discutible, me inclino por la apología del bicho como metáfora. Por el derecho a ser un bicho raro y a sentirse un bicho raro. Un derecho a la anormalidad dentro de la aparente normalidad del sistema. El derecho a estar fuera de toda taxonomía. El derecho a no ser un integrado, que no quiere decir lo mismo que desintegrado, aunque siempre esté amenazante la escoba y el recogedor de la criada. En la novela de Kafka la señora de la limpieza soluciona el problema a la familia Samsa, pero hace  inmortal a Gregor. Los bichos raros siempre triunfan. Solo los necios creen que esto es mentira, por eso hacen uso de maledicencia. Habla mal que algo queda, como el jefe de Gregor e, incluso, su familia, porque tienen miedo a los insectos, tienen miedo a desestabilizarse como si la estabilidad y la seguridad fueran valores seguros. Tienen miedo a reconocer que ellos, en el fondo, también son bichos raros, pero más vulnerables.

 

Os puedo asegurar que los bichos como Gregor Samsa no se aniquilan con insecticida. Los otros caen por si solos. Es una cuestión de tiempo. Las moscas tienen un promedio de vida de quince días; las cucarachas rara vez superan el año. Gregorio Samsa ya ha cumplido cien años, y lo que le queda por cumplir. Digo.


@manologild

David Casas

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