Recuperar las actividades lúdicas, sobre todo las de mesa, las de toda la vida, puede ser beneficioso a nivel psicosocial tanto para niños como para adultos y cuando se hace en familia o con amigos, mucho más.
El escritor austríaco Stefan Zweig lo definió como “el regalo a la Tierra para matar el tedio, aguzar el espíritu y estimular el alma“. Y eso es en resumidas y bien analizadas cuentas lo que hace el juego: mantener nuestro cerebro y nuestra mente activos y exponerlos a nuevos retos y a cualquier objetivo que nos propongamos en la vida, aparte de entretenernos y divertirnos.
En el caso de los niños, hablamos de la vía más efectiva que tienen para facilitar sus procesos de maduración psicomotriz, coordinación, desarrollo de habilidades cognitivas, socialización, canalización de la energía, concentración, aprendizaje de límites y normas o tolerancia a la frustración. Y todo ello lo pueden lograr gracias, en especial, a los juegos tradicionales, los de mesa de toda la vida, que suelen “fomentar valores no consumistas, no competitivos, de respeto mutuo, de compartir con el adversario y de aprender a demorar el refuerzo“, según indica Ángel Pozo, psicólogo clínico.
Eso sí: es importante hacer a un lado aquellos que contengan connotaciones o componentes de agresividad, impulsividad, competitividad mal dirigida o sexismo para que los efectos negativos de la actividad lúdica no absorban a los positivos. Pero ¿y qué pasa con los videojuegos? Pozo cree que, discerniendo entre la espectacularidad de la tecnología punta, se puede encontrar una parte formativa e instructiva que los padres y madres de los menores deben gestionar. “Deben tratar de racionar su uso y el tiempo que les dedican, potenciar la capacidad de los niños para compartir, respetar su turno y al adversario, y darles un trasfondo impregnado de los valores en los que quieren educar a sus hijos“, recomienda.
Los mayores también mueven ficha en el tablero
Por otro lado, la importancia de jugar también se traslada a la edad adulta. De hecho, estamos programados para ello. “La evolución ha instalado en nuestros sistemas cognitivos la necesidad del juego, la exploración, la curiosidad y la rivalidad, habilidades sin las cuales hubiese sido imposible nuestro desarrollo como especie“, asegura el psicólogo clínico.
Somos Homo ludens, como reza el título del libro del holandés Johan Huizinga, el primero en abordar el fenómeno lúdico en un marco científico-académico, y esa tendencia está grabada en lo más profundo de nuestro ADN, más allá de tableros y de videoconsolas. “Los adultos nos vemos inmersos en actividades de juego cuando nos retamos a nivel social, cuando competimos con otros en los avatares y logros de la vida, en el ámbito deportivo, en las relaciones sociales y de pareja, etc.“, explica Pozo.
El éxito de los juegos de mesa
Un método para unir a todo tipo de personas, incluso a las socialmente opuestas. “En una mesa de juego pones a una persona siria, a una china, a una argentina y a una noruega y en poco tiempo aprenden a conocerse, más incluso que en una vida de conversación“, asegura Roberto Fraga (@fragames), desarrollador de juegos de mesa actualizados.
Este francés nacido en España lleva décadas devanando su creatividad al máximo para crear algunas de las actividades recreativas que más se venden tanto en su país como en el resto del mundo desde la SL Fragames. Asegura que el éxito de los juegos de mesa se ha visto irónicamente acuciado en los últimos años por la crisis, que ha provocado un efecto de cocooning, en su vertiente más positiva, a la que acuñó en los noventa la empresaria Faith Popcorn: la gente tiene menos dinero para viajar y para gastar en el exterior, así que pasa más tiempo en casa, donde juega y refuerza sus lazos familiares.
Todo ello sumado a la influencia de Internet, que ha ayudado a conectar a personas en todo el mundo, ha hecho que salgan a la venta cerca de mil juegos, tradicionales y electrónicos, al año y a que se formen asociaciones de jugadores que organizan importantes festivales como los internacionales de Córdoba y de Cannes, y el DAU de Barcelona. “En Francia nunca hubo tanta calidad de juegos y de diseños, ni tantas editoras, autores lúdicos o aficionados, y en dos o tres años sucederá también en España al mismo nivel“, augura Fraga.
El humor más saludable
Pero no podemos pasar por alto el efecto más beneficioso con diferencia de la actividad lúdica: la risa. “Una de las mayores muestras de salud mental es la capacidad de reírnos de nosotros mismos, de disfrutar haciendo el tonto, de compartir el humor con los demás. En ese sentido, mantener una actitud de diversión, de disfrute, de desafío, de no tomarse las cosas demasiado en serio cuando somos adultos, es un factor de protección ante las innumerables fuentes de estrés a las que nos vemos sometidos“, analiza Pozo.
Porque “jugar nos mantiene jóvenes, no la edad“, como valora Fraga, y deberíamos conservar a ese niño interior que nos anima cada día a ser un poco gamberros, a reír a carcajadas y a potenciar nuestra creatividad desde cualquier vertiente lúdica. Seamos un poco Peter Pan. Al menos por unas horas.
Laura Bellver