Los tópicos dicen que los últimos días del año son días para que el corazón de las personas se abra y por sus ranuras entren vahos de bondad y láminas de generosidad. A veces, el corazón de las personas es un bloque de mármol y la codicia sigue dibujando sombras en sus paredes.
En los últimos días del año, las sonrisas se tatúan en los rostros de las personas y un apretón de manos es un visado hacia un universo de cartón con trenes de madera y puertas que siempre están cerradas porque más allá de las cortinas los sueños duermen y los hombres no existen.
En los últimos días del año se sacan las promesas sobre un futuro mejor y
todos se preparan para la carrera. Los políticos gritan más y sus abrazos diseñan carreteras, decoran las ciudades y construyen fábricas. Son días de luces de neón y amaneceres de plástico, jornadas de luna llena y burbujas de acero, donde todo se bendice y las palabras no queman. Pero sangran.
En estos días de un año tan viejo, los niños se hacen grandes y las calles se llenan de carrozas que nadie conduce. Todos esperan a que despunte el alba y el rocío cubra las simientes, que los honestos desfilen por las aceras y la verdad no se derrita con las primeras luces.
Todos esperan un año mejor pero la noria sigue girando igual que hace unos días y nadie pregunta por el nombre del que ya no está porque otro ocupa su lugar y todos empujamos. El miedo es la misma persona que nos bendice y pedimos de rodillas lo que es nuestro. Solo esperamos turno para depositar nuestra papeleta y alguien cante premio. Las Vegas está en Madrid, quizás en Barcelona, y no decimos nada. La vida sigue igual, hace tiempo que nos robaron la ruleta.
Foto: Carmen Vela
Ana Bellido