“Un actor debe morirse por llegar al alma del público”

La actriz Natalia Millán derrocha belleza, fuerza y profesionalidad sobre las tablas del teatro desde el día en que siendo muy joven se animó a pronunciar ese clásico “mamá, quiero ser artista”. Esta semana 360 Grados Press ha tenido la oportunidad de conocerla y de comprobar que no se equivocó al escoger el camino de la interpretación.

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Ya sea deslumbrando con sus pasos de baile, nadando entre la lírica más recatada o la rebeldía del musical, o demostrando su savoir faire dramático-cómico sobre las tablas del teatro, la actriz Natalia Millán (@_natalia_millan) se puede considerar una auténtica artista multidisciplinar, que a lo largo de su carrera ha decidido no dejar ningún vaso de experiencia sin beber en el mundo del espectáculo. Una de esas profesionales que mejor combina su belleza, su formación y su imponente presencia en el escenario para fascinar a su público.

 

Actualmente se encuentra rodando por los teatros, que son su segunda casa desde sus inicios, con Windermere Club, de Gabriel Olivares, una revisión fresca del clásico El abanico de Lady Windermere, del dramaturgo Oscar Wilde, con la que la actriz asegura que “nadie quedará indiferente“.

 

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¿Qué crees que hubiera opinado Oscar Wilde de la reinterpretación que habéis hecho de su obra El abanico de Lady Windermere?

Wilde era un rebelde y un transgresor, así que le habría gustado. Hemos hecho un buen invento, singular, con ritmo trepidante, divertido, ligero y cínico que cambia la época victoriana por una escuela de salda en Miami. En el teatro se siguen haciendo geniales revisiones de textos clásicos para atraer al público de hoy, aunque los más ortodoxos se lleven las manos a la cabeza. A pesar de esto, hay muchos conceptos de la obra original que siguen en la actualidad como la importancia que le damos al qué dirán: se siguen difundiendo dimes y diretes a través de las revistas y de las redes sociales.

 

En alguna ocasión la has definido como una piedra en el zapato, pero ¿quién es realmente la señora Nadir, a quien interpretas en Windermere Club?

Es una mujer que aparece en un primer momento como la perversa, la que viene a desestabilizar un mundo de armonía, de orden y de corrección, pero finalmente se descubre que las apariencias engañan y que no es oro todo lo que reluce. Nadie es bueno ni malo: escogemos ser una cosa o la otra a cada paso que damos.

 

¿Qué tal está yendo el trabajo con tus compañeros de cartel?

Son excelentes. Es maravilloso conocer a geniales profesionales y personas como ellos. Nos hemos compenetrado mucho tras un proceso de ensayos largos y muy intensos, con mucha disciplina. Te da la sensación de que hay una red debajo cuando das el salto que la componen tus compañeros.

 

¿Llegó antes el baile, el canto o la interpretación a tu vida?

La actuación, pero el detonante fue la película All that jaz, de Bob Fosse. Cuando la vi yo era una adolescente y tuve clarísimo que quería ser actriz, pero también acompañado del canto y del baile como en la historia que se contaba en la película, basada en la vida del director durante el montaje del musical de Chicago. Durante los primeros años de profesión me dediqué más a bailar, pero mi objetivo siempre fue el de ser una actriz que fuese capaz de hacer todas esas cosas.

 

¿Es justo un profesional multidisciplinar que actúa, cante y baile lo que tiene que ser un buen actor?

Cuantas más disciplinas conozcas mejor es para ti. Un actor debe tener el cuerpo y la voz a su servicio como herramientas de trabajo y a partir de ahí ya escoger las disciplinas que más te gusten. Para mí, por ejemplo, la danza es la disciplina perfecta para aprender el autoconocimiento y el autocontrol y todo eso es muy bueno en el escenario como actriz. También hay que saber salirse de ese código de movimientos y adaptarse al nuestro propio para actuar. La voz también: aprender a cantar viene muy bien también para hablar en un escenario sin amplificación.

 

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¿Es tan importante la vocación como la formación en tu profesión?

Sin vocación esto es demasiado duro. Aunque desde fuera se vea mucho glamour y mucha alfombra roja este camino es muy duro e irregular. Y la formación es fundamental, sobre todo para técnicas muy concretas, pero en la propia experiencia sobre el escenario uno también se forma muchísimo y en observar la de los compañeros más todavía. Y sobre todo cuando compartes tablas con veteranos a los que admiras muchísimo. Eso es una escuela maravillosa. Incluso de los más jóvenes, de los que puedes beber de su entusiasmo y de la frescura que puede que ya se te haya quedado olvidada. Se produce un mestizaje de trasfondos muy interesante.

 

¿Cómo te preparas para trabajar en un género que parece tan a priori complicado como es el musical, en el que cantas, bailas y actúas?

Lo normal es que el que consigue un papel para un musical ya lleve muchos años preparándose para ese género con una disciplina continuada para trabajar el cuerpo y la voz. Los ensayos son muy duros: se prepara por separado con el director de escena, con el coreógrafo y con el director musical las canciones. Se pule todo y se junta, momento de caos por su dificultad, ya que debes tener el cerebro divido en tres partes, pero finalmente se consigue. Bonito, pero duro. Y justo antes de cada función hay un calentamiento colectivo obligatorio para que no haya lesiones. También es muy divertido ver cómo calienta cada uno en su camerino, por su parte.

 

Has tocado televisión, cine y teatro. ¿Con qué te quedas? ¿Qué te aporta cada medio?

Me han aportado muchas cosas, pero lo que más me gusta es el escenario, que es donde empecé. Tardé muchos años en hacer audiovisual porque las cámaras me asustan mucho. Lo acabé haciendo a regañadientes, porque había sido mamá, tenía una familia y había que dejarse de bohemia y romanticismo y abrir el espectro de posibilidades de trabajo. Pero por el camino le encontré, sobre todo a la televisión, el gusto: he aprendido mucho en ella, he tenido temporadas muy largas de estabilidad, muy deseables en este oficio. Por otro lado, la forma de trabajar ante las cámaras no tiene nada que ver con el teatro: tienes que dosificar el gesto, ya que la cámara es muy chivata y te delata cuando exageras o parpadeas demasiado, por ejemplo, cosa que en el teatro no sucede. Y luego lo más fabuloso que te da la tele es que la gente te conoce y viene a verte al teatro.

 

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¿Crees que tu belleza y tu físico combinados con tu carácter y tu fuerza en el escenario te han abierto puertas a lo largo de tu carrera profesional?

Supongo que sí. Lógicamente tener un físico agradable es muy bueno para un actor, pero no es lo único, ya que hacen falta todos los físicos para formar el elenco de una obra o de una serie. Luego hay personajes muy característicos que no pueden ser guapos y cada actor tiene su lugar en la actuación. Yo tengo muchas ganas de hacer de una señora ordinaria y desagradable y no hay forma de que me la den. Así que el físico a veces también se puede convertir en un hándicap.

 

¿Te queda algún papel deseado por hacer?

Me quedan millones, pero hay uno por el que tengo fijación desde que empecé y que se me resiste y es el de Titania, reina de las hadas en El sueño de una noche de verano de Shakespeare, que bajo el influjo de un hechizo se enamora de un burro. Es una obra que está tocada por los dioses y me encantaría interpretar ese personaje.

 

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¿Eres de las actrices que sigue animando a las jóvenes promesas a que luchen por prosperar en esta profesión o, bajo tu experiencia, te lo piensas cuando ves lo duro que es abrirse paso en ella?

Sigo. Tienen que tener clara la vocación y entender lo que es el oficio fuera de los focos. Lo importante es lo que haya detrás, esa necesidad de comunicar. Un actor debe morirse por darle voz a unos textos maravillosos y por llegar al alma del público. Siempre tienes que estar examinándote y nunca tienes nada conseguido. Exponerse al público es algo también muy duro y mantener el equilibrio emocional frente a lo que digan de tu trabajo también. Hay gente joven que hoy por la fama están dispuestos a hacer lo que sea por televisión y no es una cosa agradable: es un bien para atraer a la gente al teatro, pero no es algo deseable por sí mismo.

 

Para finalizar, ¿hay más trabajos en mente?

Sí, estoy también con La viuda alegre, una opereta y casi una osadía por mi parte. Su director, Emilio Sagi, ha llevado la obra al territorio del musical con la intención de acercar al gran público un título lírico que impone mucho respeto y del que parece que solo puedan disfrutar los expertos en la materia. Está siendo una experiencia maravillosa y estar envuelta del mundo lírico es la exquisitez por excelencia.

 


@casas_castro

Fotos: @Marga_Ferrer

Lorena Padilla

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