“Mi currículum siempre he sido yo y mi caradura”

Esta semana 360 Grados Press recupera una época de efervescencia cultural en Argentina antes del golpe de Estado liderado por el teniente general Videla en 1976 de la mano del escritor y poeta multidisciplinar Jorge Lara, un valenciano con acento argentino y corazón cautivador.

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Un porche, dos sillas mullidas y cómodas y la paz y la tranquilidad que se respira en una casa a pie de jardín y a la que envuelve el piar de los pájaros y la rítmica melodía de un trío de jazz a través de las ondas hertzianas. Así expulsa toda su verborrea llena de matices, gestos, guiños e interpretaciones dramáticas maravillosas el escritor de narrativa y poesía Jorge Lara (Sollana, Valencia, 1948). Un valenciano con acento argentino, un tanto ‘contaminado’ por las expresiones y latiguillos levantinos, que vive cada una de sus palabras bajo la atenta mirada de su pareja Alicia.

 

Lara vivió los años de mayor esplendor del arte argentino en todas sus disciplinas desde uno de sus enclaves culturales por excelencia, la ciudad de Córdoba. Y lo hizo hasta que con tan solo 30 años tuvo que volver a España al tiempo que escapaba de un gobierno cuyos intereses “estaban en contra de los suyos”. Simplemente por querer levantar la cultura en época de decadencia. Por querer servir de guía a cualquiera que quisiera explotar sus capacidades artísticas e intelectuales.

 

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Desde su lugar de residencia transforma esa impotencia por la que tuvo que dejar su país de adopción para convertirla en libros. Ya lleva tres publicados dentro de su saga Nubedil. El último ha sido Las inquisiciones y promete llegar a los ocho en un ciclo que le sirve de terapia para recordar y asumir una época “maravillosa” que pasó y que, según él, nunca volverá.

 

Es de Sollana (Valencia), pero entre 1951 y 1978 vivió en Córdoba (Argentina), ¿qué le llevó a su familia a emigrar durante la posguerra tardía?

El detonante fui yo mismo: tuvieron que hacerme con tan solo dos años una operación tras un resfriado muy fuerte en el hospital de pobres y costaba lo mismo que el sueldo de mi padre, que era guardia civil. Tuvieron que pedir muchos préstamos y, visto el panorama, el único lugar en el que te podías buscar la vida y recuperarte de algo así era América. En Córdoba había un gueto de españoles, al igual que lo había de muchas otras nacionalidades europeas. Allí trataban a nos trataban a todos de forma fabulosa, se nos quiere mucho. Hasta los valencianos hacían sus Fallas allí. Me llamaban “gallego” con cariño, mientras que, aquí, a mi vuelta, me llamaban “sudaca” por mi acento. Al menos me sirvió esa experiencia para crear mi programa “La sudaquería” en Radio Klara, donde hablaba de cultura, música y arte.

 

¿Cuál es el panorama cultural, artístico y pedagógico que se respiraba en Córdoba en aquellos años?

Muy bueno. Entre 1962 y 1976 se produjo un crecimiento cultural y artístico; la de Córdoba es una de las primeras universidades de Latinoamérica y los estudios superiores eran obligatorios. La ciudad tenía un cinturón industrial enorme, se había llenado de filiales de las grandes empresas mundiales ya desde la II Guerra Mundial. Argentina era tercer mundo económico, pero primero cultural, justo al revés que España.

 

¿Cómo cayó ese estado de bienestar cultural?

A través de los continuos golpes de Estado, con el del teniente general Videla del 76 como colofón. Paradójicamente, durante la ‘dictablanda’, entre 1965 y 1973, se había producido un crecimiento cultural mucho más grande y hermoso en el que todo lo que tenía germen artístico se explotaba, pero toda esa belleza molestaba. Y en el año 76 se habían cerrado todas las instituciones culturales.

 

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¿De qué manera se enfrentó a esa situación anticultural?

Cinco “locos” nos atrevimos a desafiar a los golpistas a través de la creación de la Fundación Casa Azul para la educación por el arte. En ella, y por puro amor a la cultura, realizábamos talleres, muy al estilo de Cataluña durante la II República, en los que cada alumno podía leer, pintar, hacer lo que deseara y cómo quisiera y solo actuábamos como guías para aportarles herramientas cuando las necesitaban, sin castrar su creatividad. Todo lo que hacíamos era legal, pero a quienes mandaban no les gustaba y boicotearon cada una de nuestras iniciativas para que no apareciéramos en la prensa. Aun así, la gente acudía y cuando en otras provincias se supo de nosotros, se quiso fundar otras Casas Azules, pero no se pudo. Los grupos paramilitares se encargaron de ello cuando secuestraron a Beatriz Masiá, una de las fundadoras originales, y nos chantajearon para poder liberarla: acudimos a comisaría y nos dijeron que los intereses de nuestra institución estaban en contra de suya. Así que, nos “aconsejaron” cerrar por vacaciones y no solo no abrir más, sino que no nos volviéramos a juntar más o se consideraría un acto subversivo.

 

¿Y qué provocó su salida forzada de Argentina?

Aunque no nos juntáramos, éramos molestos y ya estábamos en la lista negra de los paramilitares. Así que, nos hicieron la vida imposible: nos robaron, nos destrozaron la casa, destruyeron mis manuscritos. Mi mujer Alicia y yo juntamos dinero y regresamos a España, ya que estaba harto de labrarme una vida para que cualquiera me la pudiera desbaratar. Por eso, en Valencia quise olvidarme de mi pasado como perito mercantil y encontré trabajo como portero de un edificio, pero siempre sin olvidar mi parte artística.

 

¿Cómo encontró Valencia y España, en general?

Encontré una Valencia sin cultura. Y continúa igual. En España llevamos realmente 80 años de Dictadura cultural y lo que estaba atado, sigue atado. Llegué a España con la apertura y creía que iba a ser otra cosa, pero no. La cultura se había chafado, se había marginado. Y se ha mantenido hasta el día de hoy la idea de “no vas a llegar ni de coña”: en el sector de los libros, los editores no leen lo que les llega, lo desechan todo y se quedan con los enchufados. Yo vi muchos de mis intentos culturales capados. Mi currículum siempre he sido yo y mi caradura. Siempre me he metido en todo, he sido muy interdisciplinar, pero en España siempre te piden el papel que indique lo que has estudiado o la experiencia que tienes, no lo que sabes hacer.

 

En España se ha desarrollado como escritor de poesía, pero también de narrativa.

Así es. En Argentina escribía mucho y tras el saqueo y destrozo de mis bienes materiales por parte de los grupos paramilitares, solo conseguí salvar una cajita con algunas poesías escritas a mano. Ya en España me desesperaba pensar que no podría volver a escribir lo que se había perdido. Era imposible recuperar algo tan rico y primerizo. Así que tomé distancia y comencé a contar de nuevo todo desde cero, desde la microhistoria de una pareja hasta la macrohistoria, los años de trabajo que se habían destruido en dos semanas. Así surgió Nubedil, saga literaria de ocho libros, de los que ya llevo publicados tres, en la que hablo de todos esos años de efervescencia y caída cultural desde la ficción de esa pareja protagonista.

 

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¿De qué manera se beneficia psicológicamente de esa escritura?

Estos libros me sirven para entender qué pasó y qué participación tuve realmente en todo ello. Los disfruto y me valen de terapia para superar toda aquella etapa de mi vida. Por ejemplo, con el cuarto he descubierto misterios de mi infancia, de lo sufrí en ella que desconocía. También he redescubierto a la gente espectacular de la que tanto aprendí en los 70, sobre todo en mi etapa llevando adelante un ‘café-concert’ que me cedieron medio muerto.

 

¿Para qué más se vale de la narrativa?

Una vez le dije a un niño escribo porque de pequeño no me dejaron jugar. Porque para mí escribir es jugar, reencontrarte con tu pasado. Y añado que si no hubiera comenzado a escribir me hubiera suicidado, porque teniendo un padre guardia civil y una madre muy católica, ya me dirás… Escribir me encanta y la locura de hacer lo que te apasiona te seda y te deja en un limbo en el que no hacen falta ni drogas ni otros estimulantes.

 

Y escribe porque…

Porque puedo hacerlo. Y puedo hacerlo en mi casa. Fuera no te hacen caso si no tienes amigos. Las editoriales me devuelven mis libros, los rechazan, ya que solo unos pocos pueden publicar. Así que pongo mis libros en Internet para que quien quiera leerlos pueda hacerlo.

 

¿Cómo consigue inspirarse para arrancarse con un bolígrafo en la mano?

Es casi seguro que no vaya a morir sin saber de qué tenga que escribir. Cuando escribes sobre tu vida, no hace falta documentarse, es todo vital. Tengo todavía mucho que contar y solo le pido a Chronos que me permita terminar todo lo que quiero escribir.

 

¿Volverá a Argentina una última vez antes de que eso suceda?

Me da miedo volver y eso que me piden que presente allí mis libros. Todos mis amigos han muerto o han desaparecido. Allí pasé una época linda y ahora ya no queda nada: no se lee como antes y está todo programado para que baje el listón cultural. No quiero ver eso, me duele. Pero sí, lo más seguro es que vuelva a despedirme en horario de partida.


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@casas_castro

Lorena Padilla

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