Detrás de los mercados siempre hay un rostro

Un amigo muy amigo me corrigió el otro día: “Los mercados, los bancos, las agencias de calificación, no se mueven por sí solas, hay hombres detrás de ellos, no te olvides”. En efecto, siempre hay un rostro detrás de cada firma que amasa montañas de dinero y compra voluntades. Ojos que brillan como los neones de una calle céntrica de tu ciudad pero con el corazón helado como los témpanos que cuelgan en los glaciares patagónicos.

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En la Segunda Guerra Mundial murieron millones de personas; en África, la mano negra de los intereses bursátiles aviva odios y tensiones; la rueda armamentística genera adrenalina y dinero con la regularidad de un grifo jamás cerrado. Los bancos ganan. Los mercados ganan. Las agencias de calificación preguntan a sus dueños a quién sonreír y a quién arrojar a las tinieblas. Ellos nunca pierden, sus estómagos son insaciables y lo devoran todo: almas, vidas, sentimientos, sueños.

 

Ellos no entienden de padres, madres, hijos o abuelos. No les importa tu vida, ni la vida del hombre que espera en la parada del autobús; no quieren conocer que aquella anciana que cruza el semáforo no tiene qué comer esta mañana, qué piensa aquella hilera de hombres hacinados en una ventanilla.

 

Lo malo de todo es que tu Gobierno, o el Gobierno del país vecino, rinden cuentas a esta gente de rostro amable y sentimientos de roca.

 

Los mercados diseñan autopistas y borran los horizontes; un número vale tu vida, respira por ti y camina por ti. Tú vales lo mismo para ellos que una caja de herramientas; sólo eres un par de manos, piernas para seguir corriendo hasta que enciendan la luz roja. Los mercados han dado órdenes estrictas: quieren ganar más, seguir creciendo sobre una montaña de sudores y sangre.

 

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Pero no olvides que ellos, los que manejan los mercados, tienen nombre y saben lo que haces. No miran en tu espejo ni quieren conocer tu alma. Ellos siempre andan detrás de aquel visillo. Ordenan el futuro y otros ejecutan. Grecia se muere desangrada y los mercados sonríen ajenos a la tragedia. En otros lugares tratan de sofocar las llamas de un presente que ya es ceniza.

 

Arde Europa, pero sólo se habla de contener el déficit, de reordenar las leyes y establecer normas más estrictas en el tejido laboral; más madera en la industria de las finanzas, que sus ganancias no adelgacen. Porque nadie quiere tu llanto ni el aliento que dejaste en el camino. Y menos él, aquel que tiene rostro y aprieta el botón que dinamita tu futuro.


@butacondelgarci

Foto: Carmen Vela

Laura Bellver

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