“Hay que defender el cine porque plasma lo que somos”

Hablamos con Alberto Rodríguez cuatro días después de que su película “La isla mínima” ganara un total de 10 premios Goya. Accede a la entrevista con tranquilidad; la misma que mostraba quince minutos antes con la nube de fotógrafos que querían inmortalizar al cineasta español del momento.

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La noche del sábado pasado todavía no la ha asimilado. Su película “La isla mínima” se hizo máxima en los Goya 2015, pues hasta en diez ocasiones el equipo del largometraje subió al escenario a recoger cabezones, entre ellos, los de Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guion Original. “Aún no me he enterado de lo que pasó. Tengo ganas de ver la gala tranquilamente un día de éstos para ver realmente las emociones que en ese momento estábamos sintiendo”. El sevillano Alberto Rodríguez lo cuenta pausado, con acento andaluz, y sentado en un banco de la Universidad de Valencia donde ha participado en un multitudinario coloquio con alumnos tras la proyección de su película. Empapado de suspense desde principio a fin, el thriller galardonado está ambientado en las laberínticas marismas del Guadalquivir, “donde el tiempo parece detenerse”.

 

¿Qué te vino a la mente cuando dijeron que el eras mejor director y que la mejor película era la tuya?
Me emocioné casi más con otros premios que dieron a gente con la que he trabajado mucho tiempo; con la que he pasado muchas aventuras, con la que he estado en situaciones terribles y buenísimas. La mayoría de los miembros del equipo que ganaron son amigos míos. Realmente todo eso fue muy emocionante. Cuando me tocó a mí, casi no me enteré hasta el momento en el que estaba subiendo al escenario y ya vi a Cuerda, Álex de la Iglesia y David Trueba… Vaya, eso impone (Risas).

 

Y con el Goya a Mejor Película, estaba detrás del escenario, empezando a hacer entrevistas. Llegó uno de los técnicos de sonido que trabajó en “La isla mínima” y vino llorando desde la otra punta “¡hemos ganado Película!, ¡hemos ganado Película!”. Así fue.

 

En la gala no faltó la reivindicación de bajar el IVA del 21% a la cultura. ¿Cómo definirías precisamente la cultura?
(Lo piensa unos segundos) Es un término amplísimo que acoge un montón de manifestaciones artísticas y culturales. Creo que es lo que pervive y perdura de las sociedades al final. Poniendo por ejemplo el cine: la primera vez que uno va a Nueva York, tienes la sensación de que ya has estado en esa ciudad. Y sabes cómo funciona todo. Sabes que ahí hay una máquina de perritos calientes, los periódicos se cogen así, aquí está la entrada al metro, esos edificios y los taxis son familiares… Todo es familiar. ¿Por qué? Porque ha habido una cultura, que es la se impone en el mundo entero, que nos ha enseñado esa ciudad mil veces. Ahora bien, mucha gente de este país no tiene ni idea de cómo es Burgos, por ejemplo. Yo creo que una de las razones por las que hay que defender el cine es porque quedará plasmado en él lo que somos.

 

¿Que tu padre fuese proyeccionista en un videoclub ha influido en que tú te dedicaras a hacer películas?
La verdad es que no. Mi padre era proyeccionista, pero como hobby, en un cineclub. Y mi hermana y yo veíamos las películas que traía a veces a casa. Pero no lo recuerdo como que se me despertara una vocación. Vamos, yo soy todo lo contrario al niño de “Cinema Paradiso”. En la cola de la universidad eché a cara o cruz si iba a estudiar Periodismo o Imagen y Sonido. Y salió Imagen y Sonido.

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Al fin y al cabo, tanto una profesión como la otra se dedican a contar historias…
Sí, a mí siempre me había divertido desde pequeño leer y escribir cuentos e idear historias. Y, eso sí, cuando entré y empecé a descubrir el cine de verdad, me di cuenta de que todas las historias que a mí me gustaba contar, que eso era lo que me gustaba también del periodismo, se podrían hacer desde un medio que consideraba más potente, más completo, más complejo: el cine.

 

El 2014 ha sido fabuloso para las taquillas españolas. ¿Por qué crees que los espectadores han ocupado las butacas?
Ha sido un año con un cine español variado y de mucha calidad, eso por un lado. Por otro, el fenómeno de “Ocho apellidos vascos” enmascara todo con esas macrocifras. Pero, además, ha servido en cierto modo para que parte del público vuelva a las salas y recupere un poco la fe en el cine. Creo que cuando han vuelto al cine, han ido descubriendo que estamos haciendo películas que, de una manera u otra, los reflejan y se ven ellos en pantalla. Y están ahí su vida y sus problemas. Creo que tiene que ver con eso.

 

¿Qué tal eres tú como espectador?
Mucho mejor que como director. Sí, sí ,sí. Soy capaz de tragarme casi cualquier película (Risas).

 

¿Cuál es la última que has visto?
Creo que ha sido con los niños: Big Hero 6. (Risas)

 

“La isla mínima” ha necesitado ocho semanas de rodaje, tanto en interiores como en exteriores. En alguna ocasión has asegurado que ha sido la película más difícil que has hecho hasta el momento. ¿Por qué?
Por muchas razones. La primera porque nosotros éramos unos cineastas urbanitas que nunca habíamos salido de la ciudad. Y, de pronto, esto ha sido un choque con la naturaleza; una naturaleza muy hostil. Pasamos un calor brutal al principio del rodaje… y luego un frío… Todavía recuerdo las últimas semanas con temperaturas de -2 en mitad de una marisma ¡de un humedal! Pasé unos 25 días enfermo con fiebre mientras estaba rodando, porque no se puede parar. La película era un circo a seis pistas que había que llevar a la vez. Complicadísima.

 

La historia está ambientada en los años 80 en la Andalucía profunda, donde la mujer no tenía un rol relevante en la sociedad. Sin embargo, el personaje de Nerea Barros tiene un papel fundamental, como mujer, en la trama.
Para mí, lo tiene. Además, a mucha gente le choca porque es gallega. Claramente, respetamos su acento. Nosotros le habíamos creado una historia: una chica que tenía un pasado en una ciudad en Galicia, que había conocido a su marido (Antonio de la Torre), probablemente porque estaba haciendo la mili allí; se había casado con ella y se la había llevado a un sitio completamente aislado en el que sólo veía cómo un barquero iba de una orilla a la otra.

Sin embargo, ella conduce. Es una mujer distinta, más moderna que, por desgracia, le ha tocado un doble drama: la desaparición de sus hijas y estar casada con un tipo que no es capaz de mirar más allá de su propio zapato. Son los personajes casi más fuertes de la película.

 

El largometraje pertenece al género policíaco, pero ¿es también una película política?
Sí, yo creo que sí. Se puede leer a un nivel evidente: la trama de suspense. Yo creo que saber quién lo hizo es lo que pega al espectador a la butaca desde que la película empieza hasta que termina. Pero si el espectador bucea un poco y se hace preguntas, que quedan abiertas al final de la película, lo que verá es el trasfondo de los años 80, tan complicados dentro de la Transición. Es en realidad lo que nosotros queríamos poner en cuestión.

 

Tu nuevo proyecto, un film sobre el agente secreto español Francisco Paesa y el exdirector de la Guardia Civil Luis Roldán, se empezó a gestar antes de “La isla mínima”. ¿Por qué se frenó?
Porque hubo un parón financiero y, de pronto, no había el dinero que hacía falta para empezar a rodar. Tuvimos que adelantar “La isla mínima” y parar la otra película. Ahora creemos que por fin se va a retomar. Empezaremos a rodar con suerte este verano. De momento creo que es un thriller, pero tiene mucho también de tragicomedia. Es una película de tramposos.

 

Plena actualidad…
Totalmente. Es lo primero que me atrajo: leía la historia de Roldán y parecía que estaba sacada de los periódicos de hoy en día. Es un poco un intento de acercarnos a ciertos vicios que no paran de repetirse en este país, que es la corrupción.

 

Por cierto: ¿dónde has puesto el Goya?
Creo que está en la cocina. Pero vamos, estará en una librería, cerca de la tele.

 

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@Lorena_Padilla

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