El manuscrito encontrado en Zaragoza

A principios de los años setenta, en una de aquellas sesiones de arte y ensayo que se programaban el cine Xerea de Valencia, tuve ocasión de ver El manuscrito encontrado en Zaragoza, de Wojciech Jerzy Has.

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He de confesar que a la fascinación que meproducía aquella película repleta de fantasmas y sexo, protagonizada porgitanos, moriscas seductoras, judíos errantes, salteadores de camino, monjesiluminados, esqueletos y soldados franceses, también se añadía ciertahilaridad, sobre todo al escuchar a los actores pronunciar los nombres Zaragozay Pacheco con acento polaco, ya que la proyección de la película era en versiónoriginal. Poco tiempo después leí el libro homónimo de Jan Potocki, enel que se basaba el film, en una edición abreviada de Alianza Editorial,que aún se sigue publicando.

 

En todos estos años los avatares de estemanuscrito fantasioso y fantasmagórico me han venido acompañando de alguna uotra forma, hasta el punto de interesarme casi por igual el libro, la vida desu autor y las rocambolescamente circunstancias que rodearon su publicacióndespués de más de un siglo de olvidos y plagios.

 

Jan Potocki fue un noble polaco de una grancultura cosmopolita. Estudioso de la Cábala y el Talmud, aficionado a laetnografía y la historia, Potocki hizo del viaje y el estudio su modo de vida.Visitó la mayor parte de los países europeos, así como Turquía, Egipto,Marruecos o Mongolia, algo insólito en aquellos tiempos. Pasó largas temporadasen el París prerrevolucionario, donde estableció contacto con losenciclopedistas y rosacrucianos. En Rusia trabajó para el zar Alejandro I.Personaje excéntrico -siempre iba acompañado de su criado Ibrahim, que vestía ala turca, y Lulú, su perrita caniche-, fue muy aficionado a los globosaerostáticos. Los últimos años de su vida los pasó enclaustrado en la  biblioteca de su casa de  Uladowka, en Polonia, de la que prácticamenteno salía. Murió anciano, aquejado de dolores y melancólico. Tuvo una muerte ala altura de los grandes personajes románticos.: se disparó un tiro en lacabeza con un bala de plata que él mismo había fabricado fundiendo lacucharilla de plata de un azucarero.

 

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El manuscrito encontrado en Zaragoza
tuvo una vida tan ajetreada como la de su autor.Su primera edición fue en francés, publicándose en París en dos partes, laprimera en 1804- 1805 y la segunda en 1813, y cayó en el olvido, aunque algunosfragmentos fueron plagiados por Gérard de Nerval, Washington Irving, Charles Nodier  o el mismo Cagliostro.  A finales de los años cincuenta del pasadosiglo, Roger Callois, al preparar una antología de relatos fantásticosdescubrió la apropiación de Washington Irving y rescató a Potocki del silencioal publicar  en 1959, en  Éditions Gallimard, una ediciónno completa del libro.  En 1967 la EditorialMinotauro sacó la primera edición en español. En 1970 Alianza Editorialpublicó la edición abreviada mencionada anteriormente. En los últimos años, laatracción por  El manuscritoencontrado en Zaragoza ha ido en aumento hasta el punto de contar tresestupendas ediciones completas en nuestro país: la primera, de Pre-Textoscon la traducción del escritor argentino César Aira; la segunda, de Valdemar,traducida por Mauro Armiño, uno de los traductores de la obra de MarcelProust; y la más reciente de El Acantilado, basada en un manuscritode 1810, en versión española de José Ramón Monreal.

 

Si con este artículo oshe despertado la curiosidad hacia este enigmático manuscrito, me daré por satisfecho. Potocki lo merece. ¡Ojaláos pase como a mí, y el libro sobreviva a los cambios de casa, mudanzas ypurgas de vuestra biblioteca! Sería la prueba evidente de que os ha cautivado,aunque obviamente eso yo no lo veré. Los libros son eternos, nosotros no.



Javier Montes

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