Por David Barreiro, escritor y periodista
Aunque no es algo premeditado, afronto la vida (y sus pormenores) como si fuera un panal compuesto de cientos, miles de celdillas, compartimentos estancos en los que quien habita uno de ellos no sabe qué sucede en los demás. Soy de los que no se lleva el trabajo a casa, ni la casa al coche, ni el coche al paseo del domingo por la noche (con su felicidad marchita, con su tristeza anticipada).
No entiendo una casa sin libros, una habitación sin ventanas o un jardín sin maleza que arrancar en los momentos bajos. No sé muy bien qué es eso que llaman verano y cuya llegada la gente espera con ansiedad. Siempre me ha parecido un desierto inhóspito, una transición entre la agitación pulcra de la primavera y la leve pesadez del otoño, esos herrumbrosos días que amanece con una tarde agradable.
El estío seca la tinta de mis dedos y agrieta mi necesidad de lectura. No soy de los que se lleva el libro a la playa y la Moleskine (si la tuviera) hibernaría en los agostos de mi existencia, sudando en un cajón las letras que nunca llevará.
Lamento no poder recomendarles ninguna novela para estas fechas, por más que acabe de terminar de leer un libro delicioso del que les hablaré cuando el barbecho haya pasado.
Nos vemos en septiembre.
Óscar Delgado