Balón de cemento

Conocemos la realidad social que rodea al parón de más de un año de las obras del nuevo estadio del Valencia C.F.

F.C., Valencia. Como si de Villarriba y Villabajo se tratara, la paralización de las obras del Nuevo Mestalla, el futuro estadio del Valencia C.F., ha trastocado la realidad social de dos barriadas de la ciudad. Por un lado, la generada en torno a una estructura de cemento inacabada que lleva más de un año sin avances; y, por otro, la del estadio viejo, donde se percibe el retraso con la resignación de no poder contar con un recinto moderno y con la satisfacción del continuismo en los negocios de restauración que se asientan en los aledaños.

Unos se adelantaron a la crisis y compraron locales cercanos a la nueva construcción sin más prosperidad que la de la incertidumbre por conocer cuándo se reanudarán las obras que pongan fin a su temporada baja perenne; otros, por haber prolongado sin quererlo su agonía agridulce, la que supone tener una fecha de caducidad sine die para sus prósperos negocios de décadas. 360gradospress ha accedido a ambas caras del cemento que condiciona el balón de oxígeno vaticinado por muchos buscadores de negocio y por los que han visto ampliada su caja por más tiempo del esperado.

En agosto de 2007, sin la sombra de la crisis y con la generosidad gastadora del por entonces presidente del club, Juan Soler, comenzaron las obras de lo que iba a ser uno de los estadios de referencia y más modernos de Europa. Hasta tal punto, que se había hecho la previsión de acoger la final de la Champions League de 2011. La realidad es tozuda y, casi tres años después, el Nuevo Mestalla no es más que una estructura mostrenca de cemento inacabada, paralizada y sin visos de reanudarse en el corto plazo.

“Lo traspasamos desde hace un año”
Alrededor de la misma, numerosos buscadores de negocio compraron o alquilaron locales en lo que podría haber sido desde 2010 la milla de oro del festejo futbolístico. Decenas de bares y de restaurantes abiertos a lo largo del entorno de la construcción, las coincidentes con la calle Nicasio Benlloch y aledañas. Oportunidades de bonanza que el tiempo ha dejado en dique seco. Como el Bar Amunt, regentado por Ricardo. “Ya hemos tenido bastante paciencia. Lo cogimos hace tres años pensando en que íbamos a tener un bar para la afición pero sin estadio el negocio no es rentable. Lo traspasamos desde hace un año”, explica.

“Al menos antes almorzaban los obreros”
No muy lejos de este establecimiento encontramos otro de similares características, esto es, un nombre identificativo con algún símbolo de la afición, pósters de futbolistas, escudos y… con poca gente. Este se llama Lo Rat Penat (murciélago en valenciano, como el que luce el escudo del club) y que regenta Jaime desde 2007: “Al menos antes, cuando las obras estaban a pleno rendimiento, dábamos dos turnos de almuerzos y de comidas para los trabajadores. Ahora ni eso, sólo hay cuatro obreros para tareas de mantenimiento y la cosa está muy parada. Aún así, vamos a tener la paciencia de esperar porque no queremos tirar por la borda el trabajo de estos años. Algo de clientela hay, lastimosa por el abandono de las obras”.

Seguimos por la calle Nicasio Benlloch y nos topamos con cierres, carteles de ‘se vende’ o de ‘se traspasa’ y, entre unos y otros, más supervivientes. De hecho, Yolanda heredó un bar de un propietario anterior que lo dejó hace un año cansado de esperar a que terminaran las “obras interminables”. En sus manos está el destino del establecimiento Racó Futboler (rincón futbolero). “Cuando lo cogimos nos dijeron que las obras se paralizaban sólo por un mes, y hasta hoy. Esperaremos, supongo que no será tanto tiempo como todo el que hemos aguantado ya”.

El viejo Mestalla
En el otro extremo de la ciudad se ubica el viejo Mestalla, el antiguo Luis Casanova, un estadio que quiso cambiar de lugar el anterior presidente, Juan Soler, con la idea de hacer una operación inmobiliaria que le permitiera obtener pingües beneficios. Pero la crisis se le echó encima y el solar dejó de ser una inversión redonda (especuladora). En los aledaños del recinto se ubican sitios de tanta solera como el bar de Manolo el del Bombo, el hostal Penalty, el café Turia o el bar Ciudad Real. Todos ellos pensaron que para estas fechas habrían perdido la rentabilidad de estar junto a un estadio que fin de semana sí, fin de semana no y algún que otro miércoles, les garantizaba unos ingresos fijos por temporada.

Muchos aficionados que viven en el barrio dejarán de ser socios cuando el Valencia C.F. se mude al ahora estadio paralizado. Por lo menos es lo que confiesan cuando se les pregunta. “Si se van, no voy más al fútbol, y menos si tenemos que compartirlo con el Levante (el otro equipo de la ciudad)”. De hecho, hace unas fechas la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, reflotó a preguntas de periodistas el debate sobre si, dada la crisis por la que atravesamos, sería conveniente que el nuevo estadio fuera compartido por ambos equipos por eso de ahorrar gastos y saldar la deuda que los asfixia.

Menos preocupado está el propietario de uno de los bares con tradición de la zona. Manolo (no el del Bombo) regenta el bar Ciudad Real desde hace 40 años y se jubila en 2011. “Hay algunos que piensan en borrarse de la zona, otros que no van a ir más al fútbol, otros que traspasarán su negocio, pero yo me jubilo el año que viene. Por eso ni me había planteado qué hacer cuando acabaran, si lo acaban, el nuevo estadio”.
Atardece un día cualquiera de un mes de mayo de 2010 con un balón de cemento en el estómago de los aficionados y en el de aquellos que vieron un negocio redondo que, por el momento, no ha echado a rodar.

Marga Ferrer

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