La vida se muestra como un bien frágil en un país como Guatemala
JOSU GÓMEZ BARRUTIA*. Guatemala vivió en el año 1996 el final de una guerra fratricida que enfrentó a los guatemaltecos durante treinta y seis años. Desde entonces este país centroamericano ha asistido a un avance significativo de su economía y a un proceso de reconciliación nacional en donde figuras como la Premio Nobel la Paz Rigoberta Menchú, alzaron su voz a favor de la recuperación de la memoria histórica de su país.
Pero tras más de 12 años desde la firma de los acuerdos de paz, la cotidianidad de la violencia parece haberse instalado en el alma de esta tierra maya. De esta forma es común asistir al ir y venir de niños que enviados por los narcotraficantes y las maras guatemaltecas asaltan a fiscales, jueces, abogados, policías y políticos del sistema público con una pregunta: ¿Plata o Plomo?
Metales ambos que se aseguran con un acierto del cien por ciento en un país en donde al año mueren más de seis mil personas -gran parte de ellas mujeres -asesinadas de manera violenta bajo los machetes, los cuchillos y las pistolas del narcotráfico, las maras o los delincuentes de a pie que de modo aterrador afilan sus colmillos animales entre las esquinas de una tierra que a las nueve de la noche se transforma en un ir y venir de violencia gratuita.
La vida se muestra como un bien frágil en un país como Guatemala en donde por cincuenta Quetzales (cinco euros) se contratan sicarios a plena luz del día que dan buena cuenta del encargo mortal de sus clientes. Y todo ello dentro de un sistema judicial en donde tan sólo el 2% de los crímenes son esclarecidos y condenados sus culpables por sentencia judicial.
Guatemala se desangra lentamente en el chorreo constante de muerte, de llanto de cientos de mujeres asesinadas a diario por la sinrazón feminicida de la sociedad machista guatemalteca y, todo ello, sin que la opinión pública internacional tome cartas en el asunto. Y junto con el feminicidio, se suceden interminablemente los asesinatos, las violaciones y los robos que se instalan como parásitos en diversos barrios de ciudades como Guatemala Capital, donde ni la policía parece estar segura en determinadas zonas de la selva de asfalto.
Pero si algo sorprende en este país son las miradas, la tristeza de los ojos de quienes han sufrido y sufren la tortura del alma, el silencio de la palabra y exilio interior al que se ve obligada gran parte de la ciudadanía guatemalteca.
Cuando uno visita Quiche o Nebaj la mezcla de sentimientos es brutal. La mirada de los niños alegre y soñadora se mezcla con los alicaídos parpados de los mayores o el silencio abrumador de las mujeres indígenas sometidas a la dictadura del silencio machista que les impide demostrar sus sentimientos.
Pero aún ante la barbarie y deshumanización a la que uno asiste cuando escucha la historia que entre lágrimas narran las víctimas de la guerra civil Guatemalteca o las experiencias que cientos de víctimas del feminicidio relatan con la crudeza de unos hechos que no te dejan indiferente, uno puede percibir un sentimiento de esperanza, de lograr esos cambios estructurales que hagan posible una Guatemala en donde la aplicación de la justicia sea una realidad y en donde la violencia indiscriminada contra las mujeres sea un recuerdo del pasado. Un país en donde el desarrollo económico vaya acompañado de la eliminación de la corrupción, el narcotráfico y la conquista de los derechos laborales y sociales que permitan que este país sea un referente para toda Latinoamérica.
*Teniente de Alcalde Ayuntamiento de Tocina. Concejal de Cultura, Comunicación y Juventud.Diplomado en Alta Dirección en Instituciones Sociales por el Instituto Internacional San Telmo de Sevilla.
Vicente Rodríguez