Cuba (y V). Varadero, la Revolución y regreso a La Habana

Última etapa del viaje del periodista Javier Montes a Cuba

Desayunamos en el patio del hotel de 1818 entre plantas y paredes recién pintadas por las que trepan pequeños lagartos verdes y azules. Paseamos por Sancti Spiritus, un pueblo cuidado cuyo principal atractivo turístico es un puente romano. En la calle hay movimiento; las tiendas son un hervidero, vemos a niños boxear con guantes en las manos y los pies desnudos en medio de un parque, vemos la Cuba que normalmente no ve un turista. Cogemos el coche y en 80 kilómetros en dirección a La Habana llegamos a Santa Clara. En esta ciudad fue donde el Ché dio el golpe de efecto para que triunfara la Revolución. Hizo descarrilar un tren cargado de armas y aquí es donde ahora se erige un monumento en su recuerdo y donde supuestamente descansan sus cenizas. Desde el punto de vista cultural no vale nada, desde el arquitectónico menos… pero ya que estamos aquí lo vemos. Además nos queda de camino a Varadero tras descartar conocer Cayo Coco y Cayo Guillermo, que habría supuesto retroceder en nuestro camino.

A las siete de la tarde ya estamos en un todo incluido que nos horroriza, pero no tenemos otra alternativa. Es un mastodóntico edificio rodeado por piscinas, vegetación y plagado de cutre turistas desesperados por ponerse morenos y divertirse con cosas tan absurdas como bailar dentro del mar al ritmo de algún son caribeño. Los empleados del todo incluido también nos ofrecen de todo: puros, chicas, langostas… De hecho, a diez metros de la orilla, zambullidos en el mar, nos apareció uno para ofrecer langosta. Como es un todo incluido algunas copas nos caen… Nos levantamos con la idea de darnos un chapuzón y abandonar Varadero. Cumplimos con el baño pero decidimos quedarnos en lugar de ir a María La Gorda, en el noroeste de la isla. Era otra paliza en coche para llegar a una de las mecas mundiales del buceo. No ir supone perderse eso y Viñales, la zona más frondosa de la isla donde están la mayoría de las plantaciones de tabaco.

Conseguimos un hotel no todo incluido y disfrutamos del primer día de descanso total. Baño, sol, baño, sol… y así hasta el atardecer. Vamos a cenar al restaurante donde al parecer llenaba su estómago Compay Segundo. No era tonto. Ropa vieja. Para celebrar el banquete nos tomamos unos daiquirís en el bar de moda, el calle 62, en plena acera de la calle 62 (la mayoría de las calles de Cuba se enumeran y no tienen nombre). Cerramos el día en una macrodiscoteca que es el mayor contraste de la isla. Algo impensable en el país de Fidel Castro: revienta Bruce con su Born in USA en un recinto enorme, semiescondido, plagado de jovencitos de medio mundo bebiendo güisqui, tequila, ron… lo que sea! A menos de quinientos metros de aquí, unas horas antes había estado en una tienda a la que acuden los cubanos con su cartilla para que les den harina a granel, su pastilla mensual de jabón…. ¿Estamos en Cuba o en Ibiza? ¿Marbella? ¿Montevideo? ¿México? Aquí Cuba no es diferente, es lo mismo.

Regreso a La Habana
Amanecemos en Varadero, a tiempo de desayunar, avisar de que vamos a devolver el coche en La Habana a la hora apalabrada y despedirnos de la playa. En menos de dos horas ya estamos entrando en la capital de Cuba gracias a la mejor carretera de la isla por donde transitan decenas de autobuses de turistas. No tenemos hotel. La reserva en el Park View que habíamos realizado desde Santiago ha sido anulada. A base de preguntar por los hoteles del centro descubrimos que se puede regatear, que el precio de una habitación en el hotel Sevilla pasa de 206 dólares la noche a 120. Conocemos en el lobby del Sevilla a Cristina, una torcedora de puros que nos adentra en el arte de liar, reconocer… Seguimos regateando en busca de un sitio para dormir. En estos casos lo mejor no es ir a la recepción del hotel. Basta con acercarse a una agencia de viajes como Cubatur -está en todas partes- y tener paciencia. Esto último en Cuba siempre es importante. Acabamos en el hotel Vedado, una zona residencial de La Habana donde se concentra la marcha, una larga avenida plagada de edificios coloniales… El hotel está junto a la Rampa, una de las calles más populares de La Habana que desemboca en el Malecón.

Vamos a la plaza de la Revolución con el ministerio del Interior y su famosa fachada con la silueta del Ché y llegamos a un bar situado frente al Club Colonial, en mitad del Malecón, rodeado por el mar y frecuentado por las clases pudientes de la ciudad. Paseamos por el Malecón donde una docena de habaneros hacen surf en el único rincón donde hay olas. Ducha y vamos a ver a Yaima, la bailaora flamenca que conocimos el día de nuestro debut en Cuba. Nos reencontramos con ella y sus amigas. Tomamos algo en la Muralla, una taberna de la plaza Vieja donde elaboran cerveza, y despedida; al Gato Tuerto. Aquí hay que entrar en pantalón largo salvo que como yo le caigas bien al matón, en este caso el mastodóntic Antonio.

Dentro conocemos a dos cubanas tan pijas como guapas: Yusum y Suri. Cerramos la noche con ellas en la tranquila y fantástica terraza del hotel Nacional donde un reloj de pared marca las seis de la mañana. ¿A qué hora cierra La Habana? Nos levantamos tarde y echamos a caminar en dirección a la Universidad de La Habana. Allí nos paramos a charlar con un grupo de estudiantes de la facultad de Economía. Javier nos cuenta la realidad que sufre y su sueño de lograr una beca en la Universidad de Valencia. No tiene acceso a Internet y eso le complica hacerlo realidad. Otra estudiante habla de sus padres. Él, un médico que está a punto de jubilarse y que no gana lo suficiente como para poder tener un coche. Esta estudiante de Económicas abandonó Estomatología cuando sólo le quedaba una asignatura para terminar la carrera. Si hubiera acabado habría sellado su sueño de conocer la madre patria, como llaman en Cuba a España. Un médico no puede irse de la isla salvo en intercambios puntuales, normalmente con Venezuela.

Nos sorprende una tormenta y la charla se prolonga. Dos horas, el tiempo que tarda en volver a salir el sol. Es una confesión total acerca de lo bueno y lo malo del comunismo. Hay de todo. Cada poco miran a los lados a ver si les ve alguien, si les escuchan… No pueden hablar con nosotros y menos de política, aunque les tranquiliza pensar que nosotros podemos pasar por estudiantes y que nuestro color de piel ya es similar al suyo. Paseamos por La Habana antes de ir a descansar para estar frescos en nuestra última noche en la isla. Volvemos al Gato Tuerto y volvemos a cerrarlo. Esta noche canta Céspedes, la mejor voz del local, según dicen. Reúne, entre otros, a Carlos, el embajador de España en Cuba, que entra acompañado por Trinidad Jiménez. Nos presentamos y consumimos la noche sabiendo que a este sitio también volveremos.

Víctor Sariego

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