Ordesa: el corazón salvaje del Pirineo

El Parque Nacional más famoso de la cordillera se revela como zona prácticamente al margen de la influencia del hombre

ÓSCAR BORNAY, Ordesa. Lo primero que impresiona al entrar al Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido es el relieve extraordinariamente abrupto del paisaje. Altas paredes verticales de roca recubiertas de un exuberante manto vegetal que en ocasiones desafía a la ley de la gravedad reciben al visitante entre la villa medieval de Torla –tradicional puerta de entrada al parque-, hasta la Pradera de Ordesa, desde donde salen gran parte de los itinerarios para descubrir este valle de origen glaciar.

Recomendar alguna ruta por Ordesa es muy difícil, y depende de cada uno hacer el itinerario que más se adapte a su forma física y al tiempo del que se disponga. Lo mejor, con todo, es llevar siempre un mapa y sobretodo no salirse de los senderos.

La ruta más turística y familiar –y no por ello menos espectacular-, es la que conduce desde la Pradera de Ordesa, a 1.300 metros de altitud, hasta la cascada de la Cola de Caballo (1.840 metros) y el Circo de Soaso. Esta senda recorre los umbrosos bosques de hayas y abetos encajados entre las paredes que encajonan el valle, pero en el tramo final el paisaje cambia y de la frondosidad anterior se pasa a una extrema aridez resaltada por la mole del Monte Perdido. Esta ruta tiene otro aliciente: superar las verticales clavijas de Soaso. Un paso no exento de peligro que pone a prueba la fortaleza física y mental del montañero. Una vez superadas, los nervios pasados en la subida se compensan con las vistas sobre el valle.

La vista más espectacular
Para aquellos que quieran ponerse a prueba y descubrir una zona menos turística del parque, una sugerencia: la subida al Balcón de Pineta. Esta ruta, una de las ascensiones más duras del parque, salva un desnivel de 1.350 metros. Parte desde el Parador del Monte Perdido y, por un sendero bien señalizado, se asciende el Circo de Pineta al tiempo que se admiran las cascadas del río Cinca. La panorámica desde la cima, a más de 2.500 metros, del valle de Pineta y de las cumbres pirenaicas, recompensa el gran esfuerzo realizado. Con todo, siempre queda un momento para la reflexión. En lo alto del Balcón de Pineta, entre las nieves eternas, existe un monumento realizado por los montañeros, un pequeño montículo hecho a base de piedras colocadas por todos los que pasaron antes por el lugar. Un mudo testigo del paso del tiempo. Pero aún más espectacular es contemplar el Monte Perdido y el Cilindro de Marboré por su cara norte, con sus glaciares imponentes. Un paisaje de hostil e inhóspita belleza, siempre azotado por el viento, ante el cual el hombre empequeñece.

Víctima de su propio éxito
Desde las 2.066 hectáreas originales del Parque hasta las 15.608 actuales, los cuatro valles que componen este santuario de fauna de alta montaña le dan al conjunto una variedad de formas y paisajes difíciles de imaginar hasta que no se está allí. Así, aparte del Valle de Ordesa, el Cañón de Añisclo, las Gargantas de Escuaín, y el Valle de Pineta componen un mosaico con una marcada personalidad propia que hace que cada rincón sea radicalmente diferente del resto. No es de extrañar, por tanto, que Ordesa sea uno de los lugares más visitados del Pirineo. Una paradoja que hace de este enclave una víctima de su propio éxito. Por ello, se restringe a 1.800 el número de visitantes que pueden acceder al paraje, por lo que conviene madrugar para no hacer colas.

En Ordesa conviven 32 especies de mamíferos, como el rebeco, la marmota, el hurón, el jabalí y el corzo; además de 65 de aves –águila real, azor, perdiz nival, buitre leonado, urogallo, quebrantahuesos, búho real-; 8 de reptiles -como la víbora áspid-, y 5 de anfibios.

Pero la historia reciente de Ordesa tiene un punto oscuro que refleja la fragilidad del ecosistema: la extinción en el año 2000 de la cabra montés pirenaica, uno de los animales más soberbios que han habitado en la cordillera. La caza deportiva masiva a la que fueron sometidas desde mediados del siglo XIX esquilmó la especie y la llevó a su triste final, sin que la protección que brindaba el parque fuera suficiente para que se rehiciera su número.

Legado natural
Pero Ordesa no sería lo que es hoy sin la figura del francés Lucien Briet (1860-1921) que, enamorado del Pirineo aragonés, consagró su vida a recorrer sus valles y montañas. Él fue quien contribuyó de forma decisiva para que las autoridades protegieran este apartado rincón en 1918.

Cuando Briet recorrió el Valle de Ordesa a finales del siglo XIX y principios del XX, la situación era muy distinta a la actual. Así, consignó: “Devastadas por el hacha de los leñadores, las laderas empiezan a perder su cohesión”. Ante este panorama, el montañero galo urgió a proteger el espectacular paisaje antes de que la mano del hombre acabara con él.

“El gran cañón de Ordesa nos enseña lo que era la naturaleza antes de aparecer el hombre sobre la Tierra, y surge el deseo de que se perpetuara, siempre joven y siempre espléndida para admiración de los tiempos venideros (…). Es imprescindible proteger el Valle de Ordesa contra los leñadores y cazadores (…)”. Y así, Briet se preguntaba: “¿Es que no se trata acaso de un lugar único en Europa?”.

Leyendas del Monte Perdido
Ordesa y el Monte Perdido son también los protagonistas de un rico folklore local cuajado de leyendas. El Parque Nacional alberga en su seno el imponente macizo calcáreo de Las Tres Sorores, el más alto de Europa, en el que destaca con sus 3.355 metros de altitud el Monte Perdido, la tercera cumbre del Pirineo.

Cuentan las leyendas que sobre su cima siempre coronada de nubes se alza un palacio mágico, invisible por el encantamiento de su constructor, el mítico Atland, también llamado “El Viejo de las cumbres”. Un personaje misterioso que en su apariencia humana adoptaba la figura de un barbado anciano. Pero otra leyenda apunta a que el verdadero poder del Monte Perdido permitía a la montaña cambiar de lugar a voluntad. Sin necesidad de acudir a la antigua mitología local, abismos, bosques y cimas se bastan por sí mismos para sobrecoger el corazón del viajero.

Arquitectura entre montañas
Ordesa no son sólo paisajes. En los límites del parque se sitúan algunas de las poblaciones más pintorescas del Pirineo. En Torla, todo gira en torno al Parque Nacional, y es aquí donde tienen su sede distintas compañías de guías locales que ofrecen servicios de aventura, como el rafting, la escalada o el barranquismo. Toda una experiencia que vale la pena probar en el incomparable marco pirenaico. Otros pueblos de arquitectura indispensable y vistas magníficas son Fanlo, Buisán, Vió y Escuaín. La ruta cultural no puede pasar por alto la villa de Aínsa, que fue efímera capital del reino de Sobrarbe, germen de la corona de Aragón. Entre sus atractivos, uno de los cascos históricos mejor conservados de Aragón, que transporta al visitante hasta la Edad Media.

Marga Ferrer

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