Escuchar las pisadas, sentir el aleteo de los pájaros, tocar paredes milenarias, saborear tradición cuilnaria, leer en el prado, sintonizar con el Cantar de Mío Cid, descansar en un cruce de caminos histórico, sentir la lejanía del ruido, escribir frases imaginarias, percibir aromas de tierra castellana, apretar la pausa para pensar y dejar el smartphone en blanco.
Medinaceli se impone al visitante enlo alto de una colina vigilante de la historia entrecruzada de culturas ycaminos que, como el viento predominante que es aprovechado hoy por molinos degeneración eléctrica, son testigos mudos del paso del tiempo en su condiciónmás sostenida. Llegar a esta ciudad monumental es sintonizar con un tiempodiferente al del frenesí actual. Un tiempo en que no era necesario compartir elrumor del consumo más allá del sustento y de la supervivencia.
“Ciudad del Cielo Medina diamantina,inviolable a las mesnadas y a los ángeles, abierta Ciudad dormida despierta quetienes ancha la puerta”. Esta cita de Gerardo Diego luce en la fachada de unode los edificios seculares de su Plaza Mayor. Como lo hace en la Plaza de la Colegiataeste pasaje del Cantar del Mío Cid (en la versión de Menéndez Pidal): “Caminadpara Medina cuanto más podáis andar. Mi mujer y mis dos hijas con Minaya allíestarán; así como a mí me dijeron allí las podréis hallar. Hacedles muy grandeshonras y traédmelas acá”. Palabras rescatadas antes de acceder a la Colegiata, ahoratan deprimida y húmeda, tan sola y tan necesitada de cuidados, tan separada delruido donde reposa hoy el Cristo de Medinaceli, en Madrid.
Silencio, el que acompaña a losmuertos en el cementerio improvisado dentro de lo que en su momento fuefortaleza. Vistas, las que proyecta el arco romano del siglo I dC, indolente,imponente, erigido para avisar al caminante llegado de Aragón, de Castilla laMancha o de reinos dibujados en las ramificaciones históricas que confluyenbajo su mirada. Y meseta y montañas y viento para alterar el silencio de lascosas. Y control absoluto del momento, de las carreteras, del quehacer de losvecinos del pueblo en versión moderna, la de abajo. Y sed, la apaciguada por lafuente que recibe al viajero justo antes de entrar en la ciudad monumental yque enfría el paladar para saborear lo que le espera intramuros.
De viandas, mantequilla de Soria,migas del pastor, magnos embutidos o carne asada. Grandes ornamentos para elpaseo matutino, vespertino o nocturno por las calles empedradas que tantoesconden y que tanto callan. Porque lo suyo es interpretar lo que dichas víashan testimoniado. Dejarse llevar por la imaginación hacia tiempos deceltíberos, de romanos, de árabes, de cristianos, de la historia que cada cualelija para contextualizar el eslalon pausado del zapateo por Medinaceli.
El postre, bien puede proceder delConvento de las Clarisas. Almendrados de chocolate, pastas de café y rosquillasson algunas de las delicias que preparan tras el torno por el que atienden alvisitante, sabedor de que lo adquirido en tan singular emplazamiento acompañarásobremesas de largo recorrido, tan avezadas como los pasajeros que detienen sudiscurrir en algún momento para saborear la manifestación sensorial que replicaMedinaceli en su tránsito hacia siglos mayores.
Acciones (de hacer).
Medinaceli, para hacer y practicarel pensamiento, la tradición, la historia, el paso del tiempo, despoblado,solo.
Marcos García