Segunda entrega del viaje de novios de Vicent Hernández, lector de 360gradospress.com, al país del Nilo
Van pasando los días, estamos alojados en un barco que cruza el Nilo. Es un hotel flotante, cada cierto tiempo me asomo a ver el paisaje, miro el agua buscando cocodrilos, no los veo. Estoy más tranquilo.
Templos y más templos. Cada uno de ellos una historia diferente, una familia diferente y un rumor diferentes. Escenifican pequeñas historias convertidas en grandes por el paso del tiempo. Aguardo siempre el momento oportuno para tocar, necesito tocar lo que estoy viendo, espero a que ningún guardián mire, necesito conectarme con lo que me cuentan, con toda la acumulación de siglos resumidos en un templo, con todas las guerras, familias y personajes históricos que por allí pasaron. No consigo aprender todas las historias que el guía nos cuenta, termino quedándome perplejo. Es mi primera experiencia, como mi primer beso.
Durante el viaje hicimos innumerables visitas, todas ellas enriquecedoras. Paseamos por el barrio Kopto, donde se acumulaba un montón de tenderetes abiertos donde vendían artículos relacionados con su historia, con sus pirámides, con sus faraones. Imposible caminar en línea recta. Huelo a pueblo a pesar de los 20 millones de habitantes que tiene El Cairo, a condimentos de cocina, a hierbas aromáticas. Hay algo más dentro del olor; detecto aroma a madera, como el que desprende ese material cuando lo trabajas, pero no sé de donde viene, quizás esté confundido, a pesar de todo es un olor tan penetrante, un olor rodeado de un paisaje, la mayoría hombres, fumando las famosas cachimbas, tomando té, dando la sensación por las posturas adoptadas que llevan largas horas allí, están esperando, esperan a que no ocurra nada, esperan al bullicio, ¿para qué? No lo sé.
Parece que las mujeres han desaparecido, no consigo verlas.
Del Valle de los Reyes me llevo la grandiosidad, me llevo el apocalipsis de las riquezas y las creencias, me llevo el sofocante calor húmedo a 40 metros bajo el nivel del mar, pero sobre todo me llevo la caricia que pude hacer a una de las tumbas. “He conectado, me llevo tu energía” -pensé para mis adentros-.
El viaje a Egipto fue una experiencia para repetirla. Eso sí, asegurando el territorio, como hice yo nada más llegar cuando le enseñé al camarero beduino la proporción adecuada de ginebra que tenía que poner en el gintonic. Algo que hizo cada día cuando a nuestro regreso de cada excursión nos tenía preparada la bebida de los dioses.
Redacción Valencia