La comparación odiosa entre Los Caños (Cádiz) y la isla pitiusa con el pretexto de un viaje a la provincia
GAIZKA SIMÓN, Cádiz. No sabemos si alguien habrá hecho antes la comparación, aunque suponemos que sí, ya que es inevitable pensar en la pitiusa menor cuando alguien llega por primera vez a Los Caños (Cádiz). Alejada del mundanal ruido, sorprendentemente protegida en el siglo XXI de la especulación y de la crisis, apartada de su hermano más masificado, Conil, y a tres cuartos de hora escasos de la capital de provincia, la playa de Los Caños ofrece la posibilidad de sentirse igual de hippie que en Formentera, disfrutar de la playa como si se estuviera en Migjorn o conversar si en el agobio del hotel paquetizado, del atasco importado de la ciudad o de la sombra que proyecta el cemento en otros puntos del litoral mediterráneo y atlántico español.
Ha de quedar claro que este texto lo escribe un primerizo, un visitante de nuevo cuño a la provincia del jerez, del carnaval, del Mediterráneo, del Atlántico, del rebujito, de la tacita de plata, de La Caleta, del Bicentenario de La Pepa, del pescaíto, del fino, de la manzanilla, del pisha, del tesquiyá Un turista que se encontró por casualidad como turista cuando iba a trabajar a la provincia por un asunto más taurino que playero y menos diferente que el que obtuvo como resultado. “Quien no ha visto toros en El Puerto no sabe lo que es una tarde toros”, dijo Joselito. A lo que yo añado que quien no ha visto El Puerto en verano se ha perdido una tradición de calle, de charla, de gracia, de industria tallada a golpe de caballerizas y fino; algo que se aprecia en la arquitectura urbana de este municipio diamantino, salpicado por naves encaladas de Terry, 501, Caballero, Osborne y tantas otras marcas que se olvidan si bebes más de una copita.
De El Puerto a Cádiz, veinte minutos. La ciudad se pone guapa con motivo de la celebración, en 2012, del Bicentenario de la Pepa. La excusa es un hito social y político que difuminó un poco el camino hacia los principios democráticos en España pero el contenedor de la marca que se ha creado va a ayudar a la provincia a tambalearse en el trampolín de la evolución sigloveintiunesca. El barrio de la viña, los gatos del Campo del Sur, la fortaleza de La Caleta y los cangrejillos que la rodean, el Teatro Falla de las chirigotas, las callecitas con macetas de los colores que visten al equipo de la ciudad (amarillo y azul), el Parador sesentero y las fincas de cemento que lo rodean Todo tiene su encanto si lo que se quiere es ver el destino con los ojos del curioso.
Formentera peninsular
Y de Cádiz a Los Caños con el permiso de Conil, porque paseamos por sus callecitas empedradas, empinadas y blancas después de darnos un chapuzón en las aguas bravas del Atlántico y de comer un plato de pulpo a la mostaza, un gazpachito, unas gambitas y unas tortitas de camarón. Y, después, cogemos rumbo hacia Barbate para aterrizar en la Formentera peninsular, en Los Caños.
Casetas prefabricadas sobre suelo no urbanizable, depósitos de agua al más puro estilo tejano o nuevomejicano, rulots, autocaravanas, Volkswagen woodstockianas, pareos, chiringuitos de precios competitivos y un hostal, el único establecimiento hotelero en unos cuantos kilómetros a la redonda con la vigilancia permanente del faro del Trafalgar. El mismo, que no dijo nada después de saber de sus primos lejanos que el almirante Nelson tumbó a la marina española siete años antes de La Pepa, doscientos años antes del baño que nos dimos en una tarde perdida de agosto como fuente inspiradora de estas letras desordenadas. Allí me quedé antes de escribirlas pero regresaré con vosotros ahora. ¿Ya?
Carlos Juan