A los pies del Negresco

Uno de los centros turísticos de la Costa Azul, Niza, a caballo entre la cultura francesa y la italiana, se convierte, cuando te alejas del turismo de sol y playa más adinerado, en un lugar de referencia que invita a ser visitada desde la vista (y los pies también) y desde el estómago.

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Hay quienes definen Niza como el Benidorm de los turistas con poder adquisitivo alto (sin menospreciar al municipio alicantino ni a sus visitantes), pero cuando te adentras en sus calles, en sus paisajes y en su estilo de vida te das cuenta de que la percepción es errónea (o, al menos, muy subjetiva).

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Se trata de una ciudad que bebe de dos culturas, la francesa y la italiana, porque antes de ser uno de los centros turísticos de la Costa Azul fue capital histórica del condado homónimo y estuvo ligada a su país vecino hasta su invasión y anexión gala a finales del siglo XIX. De hecho, está tan próxima esta fecha en los genes de su población que una parte conserva el dialecto nizardo, una variedad de la lengua ligur fuertemente influida por la occitana después de 1860 (los nombres de las calles, por ejemplo, están traducidos en sus placas a este idioma), así como la variante monegasca y la del Valle del Roya en zonas cercanas a la urbe.

Pero lo que más destaca junto a su gastronomía francoitaliana (con la reina de todas sus elaboraciones, la socca, una especie de farinata con harina de garbanzos y aceite de oliva) son sus rincones con encanto. Y por ‘rincones’ no hacemos referencia a lugares pequeños o escondidos (para nada).

El más reconocido y a través del que puedes bordear sus playas y su paisaje de mar es el Paseo de los Ingleses, que debe su nombre a la comunidad británica que lo construyó, que pasaba los inviernos en Niza a principios del siglo XIX. En él se celebran festividades populares como el carnaval o las batallas de flores y es imposible escapar, cuando lo atraviesas, de sus sillas azules (chaises bleues) y sus pérgolas, desde donde disfrutar de la bahía de los Ángeles. Atrás ha quedado la terrible imagen del atentado terrorista acaecido en el paseo durante el Día Nacional de Francia del año pasado, perpetrado por el proclamado Estado Islámico, en el que murieron 84 personas y más de 200 resultaron heridas.

Otro emblema de la ciudad, a los pies del paseo, es el Hotel Negresco que, con más de cien años, ha cobijado a artistas de la talla de Michael Jackson, Greta Garbo, Jean Marais o Los Beatles. En su construcción participó el arquitecto Gustave Eiffel (sí, el de la torre más conocida de París) y en la actualidad reúne una colección de arte con más de 6.000 exponentes. Destacan las obras de Victor Vasarely, Salvador Dalí o Niki de Saint Phalle, escultora de carácter feminista con gran actividad en los años 60 y autora de las llamativas creaciones figurativas que se alzan en la terraza del edificio.

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El arte del pintor modernista Henri Matisse (otro gran atractivo de la ciudad), por su parte, se puede contemplar a unos minutos en autobús del centro desde su museo homónimo, parada obligatoria para disfrutar tanto de la arquitectura de la villa del siglo XVII que lo alberga como de las obras que se exponen en él. Pinturas, dibujos preparatorios, esculturas y objetos que permiten hacerse una idea de la evolución artística del creador desde 1890, con su uso del color y su identificación en el fovismo, hasta sus últimos días, con su simplificación hacia formas más planas.

Y para los amantes de la arquitectura religiosa, es imprescindible la visita la Catedral de San Nicolás, una iglesia ortodoxa rusa (la más grande fuera del país) situada en plena Niza, como trasladada en helicóptero desde el estado asiático europeo. Fue inaugurada en 1912 y dedicada al zar Nicolás II. En su interior existen una serie de frescos de gran calidad y diferentes maderas talladas, así como otros elementos decorativos realmente llamativos.

Pero para finalizar el viaje por Niza es aconsejable perderse por las calles estrechas y decadentes del Barrio de Vieux, en la ladera y pie occidental de la colina del castillo y que se erigió a partir del siglo XV. Desde esta edificación, además, se puede contemplar otro de los barrios más significativos, Cimiez, asentado por los romanos sobre huertos y olivares y convertido en los últimos siglos en el lugar favorito de la nobleza y de la burguesía urogallo.

En definitiva, Niza es una ciudad que merece ser visitada, pisada, bailada, comida, bebida, reída y, sobre todo, contemplada en todo su esplendor como uno de los lugares (considerados) más bonitos de toda Francia. Porque todo no va a ser turismo de sol y playa en la Costa Azul (que también lo tiene, por supuesto).


@casas_castro

David Casas

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