Estamos metidos de lleno en plena tormenta regia. Es tan espesa que apenas vemos otra cosa que no sea real; como si las paredes acolchadas de nuestra vida impidieran la transmisión de “algo diferente”.
Tras la abdicación de Juan Carlos I y la inminente entronización de suhijo, la maquinaria mediática del estado y su pléyade de socios beneficiarioshan envuelto a España en una nube nociva que nos impide ver, oír y hablar deotra cosa.
El país se encuentra inmerso en un gigantesco lavado de cerebro, quetrata de resetear la vida del ciudadano para que siga su camino, la miradabaja, pensando que aquí no pasa nada, que no hay más alternativas que las quenos han impuesto, que lo establecido es lo definitivo y lo distinto es loprohibido.
Vivimos una realidad orwelliana, en una granja asfáltica con todo numeradoy lo que no tiene número se define como manifiestamente ilegal. El pensamientoúnico se impone a plena luz del día y la libertad es tan corrosiva que duelerespirarla.
Después de las últimas elecciones donde la contestación quebró los límitesque ellos establecieron, se activó la operación real, esa corriente mortíferaque pone grilletes a las ideas que no tienen el sello de la oficialidad y hablade cambiar las cosas, y también habla de términos sospechosos como “justiciasocial”, “democracia real” y “libertad verdadera”.
Hoy nose habla de otra cosa que del rey, el fútbol próximo y el verano con susláminas de calor insoportable. Hoy no se habla de lo que te duele a ti, a mí ya mucha gente. Hoy no se habla del paro que nos mata.
Óscar Delgado