Enmanuel Camacho es periodista
Algeciras. Me acuesto pero me despierta el teléfono. ¡Patera! Son las cuatro de la madrugada. 100 inmigrantes a bordo de la “salvamar”. Se me encoge el alma cuando os miro a los ojos. Dos meses después, se me ha hecho el cuerpo a veros llegar. Estoy en una duna a la que hemos llegado en moto. Tu cadáver nos aguarda. Los peces te comieron los ojos. Eres negro, pero has perdido el color. Ahora eres blanco. Ha llegado la guardia civil. Te llevamos entre cuatro, descansarás en una lápida sin nombre. ¿Quién eres soñador?, ¿quién te espera -ya por siempre- en el hogar?
Algún lugar entre Argelia y Marruecos. La valla era demasiado peligrosa. Hubo muertos y heridos. No es cierto que los disparos fueran al aire. Os abandonaron en el desierto. La imagen dio la vuelta al mundo pero ahora caminas solo hacia tu muerte. Unos kilómetros al sur la caravana de condenados aguarda su destino. Con suerte os robarán los bandidos y hasta os darán algo para beber.
Sevilla. Vendes clinex en un semáforo. Te doy un euro al pasar y por eso somos amigos. Llevo tanta prisa que, a veces, te lo tiro por la ventana. Te agachas, coges la moneda y le pides a dios que me bendiga. Los dos tenemos una mujer y una hija, sólo que tú no la conoces porque te marchaste cuando tu esposa estaba embarazada. Querría invitarte a un café, pero no estoy seguro de que sea capaz de soportar la tragedia de tu joven existencia.
Almería. En un cortijo del poniente un sindicalista marroquí que usa traje y perfume se viste de sin papeles. Acaba de llegar de París. Tres días después, es un harapiento y maloliente inmigrante que instiga en la gigantesca cola de la oficina de extranjería. Su arenga obtiene resultados . La policía interviene con mano dura y la noticia abre los informativos nacionales: incidentes graves provocados por el efecto llamada
En un rincón inmundo. No es el único que sabe de disfraces. Un policía me ayuda. Un delincuente me introduce. Ahora soy un infiltrado que busca niñas para tú ya sabes qué. No recuerdo tu nombre. Tienes 15 años, quizá menos, huyes de la guerra. Sabes que no soy un cliente porque percibes el miedo en mis ojos. Llegaste hace unas horas y todavía tienes frío. Los pasaportes los guarda una mujer en un cajón bajo llave. Me despido para siempre. ¿Qué ha sido de ti, pequeña princesa?, ¿qué han hecho contigo?
Soy el testigo de un sueño al que cada día le resulta más difícil ver y oír.
Enmanuel Camacho