El mundo es una bola tan pequeña que siempre tiene miedo. El mundo es una bombilla que no puede dar luz porque está rota, una pared con las puertas cerradas, el salón de una casa que nunca espera a nadie. El mundo es tan insignificante que todos pasaron de largo y solo quedó el hombre.
Una estrella nunca llamó a mi puerta, tampoco vi llorar a un sauce y, sin embargo, llueve. En la Tierra siempre llueve cuando la noche está cerca y los lobos aúllan de soledad y hambre. El mundo no sabe que dos y dos es la suma de una sonrisa y cuatro las maneras de romper el alba. El mundo no dice nada, mira el mar desde el acantilado y solo ve a hombres bailando al son del viento. Los hombres no saben qué hay detrás del mar, cuántas lunas murieron en el último asalto, cómo es el rostro infame del silencio secuestrado. Los hombres
solo conocen el número de serie de su avaricia.
El mundo es tan pequeño que muere cada día y no reconoce que mañana puede que no existan más jazmines ni más mañanas. Pensamos que somos más fuertes que las mariposas, más rápidos que las tortugas y más valientes que los tigres, pero lloramos cuando la habitación se estrecha y te das cuenta que nuestra vida no es más que un dibujo que el fuego se lleva.
Somos ese mundo que más allá no saben que existe; somos un grano de arena desconocido, la bandera que ondeó en medio de la guerra y se quedó sin patria; somos y aún no lo sabemos si es que somos.
Texto: José Manuel García / Foto: Carmen Vela
José Manuel García