Hay cosas que tienen sabor a mar, lo que no significa que sepan a agua salada, sino más bien a los seres que lo habitan. También hay textos que huelen a salitre, y a erizo, y a cangrejo nervioso de roca, y a festival de sardinas, y a vida marina, y a la recreación más divertida del aburrimiento.
Sí, aunque parezca incompatible la expresión, las cosas del mar, por pequeñas, por mundanas, por naturales, por salvajes, por quietas, por estar ahí, no se perciben si quien ha de observarlas no está aburrido o carece del tiempo necesario para fijarse en ellas.
A partir de esa predisposición aburrida que supone el paso hacia la contemplación de los detalles que le rodean, en este particular que nos ocupa -el de los seres del mar y de los que viven vinculados a él-, Josep Pla tejIó sus Cinco historias del mar, un libro escondido en los estantes de las librerías, alejado de los best-sellers y de las novedades editoriales mejor pagadas. Pero un clásico de la literatura que nadie debería dejar escapar.
Los motivos para leerlo pueden venir expresados ya por las palabras que anteceden a esta enumeración de virtudes: alegría descriptiva, anécdota elevada a la categoría de tradición, campechanía oral plasmada con palabras sinceras, contexto pesquero explicado sin barroquismos, dietario de vida, experiencias y leyendas marinas bajo el sello del escritor de Palafrugell.
Así, el lector asiste a una sucesión de cinco historias dispares entre sí, pero unidas por la idiosincrasia de los pueblos costeros del litoral catalán, sus costumbres y sus gentes. Atajos para llegar a un bodegón de peces por categorías, sabores, texturas y hábitats que ninguna enciclopedia recoge con tamaña precisión; a la aventura marina emprendida por Josep Pla con un pescador solitario y buen cocinero expresión del imaginario colectivo del lugar; a un repaso por las historias de naufragios sonados; a la descripción de la vida bohemia de un trotamundos del Empordà; o de cómo un barco dio nombre a un restaurante de Calella mientras el lector descubre que el padre de Dalí fue notario y que Josep Pla arreglaba con él el mundo en conversaciones de largo recorrido y vistosas.
Mar y punto.
Óscar Delgado