Por Segundo Tercero Iglesias, antropólogo
Y la verdad no lo esperaba. Entró como una brisa de aire (lenta y pausada, en silencio, sin hacer la menor señal de ruido) que no sientes hasta que está dentro de ti calándote los huesos en un temblor. Al terminar la intervención de Luis Sepúlveda, amena y en oleadas, me puse de pie e hice el primer desplazamiento con intención de salir de la fila de sillas perfectamente ordenada, y ahí me tope con ella, con la brisa ya convertida en temblor.
Las cosas pasan, acontecen y ocurren, pero algunas cosas al pasar, acontecer y ocurrir desencadenan toda una serie de actos concomitantes que a su vez desencadenan toda una serie de sensaciones concomitantes que desencadenan una serie de reflejos inconscientes que te persiguen ajenos a tu voluntad en las horas de mayor lucidez ajena. Fue como tenía que ser o como debía de ser, o como alguien pensó que fuera.
Pero todo había pasado mucho antes ya, y quizá lo de ahora sólo fuera una vuelta de tuercas, un pliegue que había estado oculto entre otros pliegues y que nunca vimos o compartimos, y que atravesando las barreras limitantes del tiempo y el espacio se presentó en forma de feed-back (qué diría, diez años después) con una rotundidad que le daba actualidad inmediata, quizá mayor, pues en lugar de sentir que venía el pasado detrás de mí lo que sentí es que podía venir el futuro, y eso, lo mires cómo lo mires, acojona, sientes frío. El mismo que experimentamos en el camino de regreso a casa al finalizar la primera jornada del X Congreso de Escritores Extremeños.
Salimos de la sala después de saludarnos cordialmente, en esa actitud de quienes se conocen o creen que se conocen pero que saben que no se conocen, y se acercan con voluntad pero también con precaución, midiendo las reacciones para no desentonar, descifrando el misterio al tiempo que buscan el misterio.
En diez minutos nos pusimos al día, que no era otra cosa que reconocer, con la soltura que sólo la distancia y la lejanía permiten, que no nos conocíamos. Que por muchos detalles de actualidad que cada uno diera al otro serían simplemente eso: detalles, hojas sueltas en mitad de una tormenta girando alrededor de nosotros sin una cuerda de tender donde ubicarlas secuencialmente y dotarles de sentido narrativo que enlazará la última conversación en una noche ya perdida, en un banco de una plaza a oscuras, con la luminosidad de este mediodía, y que el abismo que nos separaba no se podía erigir como plataforma salvadora.
Así que allí nos quedamos, conscientes de la novedad, conscientes de lo paradójico, reteniendo una imagen desmedida por inútil mientras no había material para sustituirla. Y una sonrisa bailando en los labios.
Ó.D.