En estos nubosos días con lluvias de acero y cal, el periodismo bucea dubitativo por las rampas afiladas de un poder que lo devora todo. Ya no se cuenta lo que tus ojos ven, sino lo que otros te dicen. Ya no se escribe lo que el corazón te pide, sino lo que tu bolsillo dibuja. Son días tristes para los periodistas.
Siempre se dijo que la Iglesia y el Poder comieron en buena sintonía. El cura bendecía la mesa y el señor le acercaba la mejor tajada a su plato. Fuera, con el frío acuchillando las tripas del pobre, los perros aullaban escupiendo bilis de hambre y embistiendo las sombras. Ahora, la Iglesia y el Poder han invitado a su mesa al Periodista, conseguidor de noticias que los sordos no escuchan y los ciegos no ven, noticias que duermen bajo una luna muerta y se pierden en la ciénaga de la mentira.
El periodista de hoy se cayó del andamio y vinieron los lobos a devorar sus restos. Lo que quedó se lo llevó la nada bajo un manto de seda azul y frases que rompieron en llanto. El periodista busca su brújula en los lavaderos de sangre, un salón oscuro donde los espejos no existen y el silencio se esconde.
El periodista busca su voz en las arenas húmedas del marketing, observa el vuelo absurdo de las lavadoras y escucha el ronquido sordo de los ordenadores. Mientras rumia una pesada digestión de proyectos vacíos y ambiciones de escarcha, tañe una campana más allá del mar: ¿Dónde quedó tu verdad, periodista? ¿Dónde tu voz clara y fuerte? ¿Dónde perdiste a tu gente? ¿Dónde agoniza tu pueblo? ¿Dónde vive tu corazón? ¿Quién eres, periodista?
@butacondelgarci
José Manuel García-Otero