Por Óscar Delgado, periodista
Tengo dos primas en Zamora, otras en Madrid, también en Valencia, Asturias pero nunca he recibido primas a destiempo. Me refiero a las monetarias, dinerarias o puntos suspensivos para quien quiera denominarlas como se le antoje (para no alterar la imaginación de terceros). El de las primas es un concepto manido en el ámbito futbolístico, el único que no sabe de crisis o al único al que le dejan empeñarse en beneficio del opio del pueblo. Créditos y más créditos empaquetados al gusto de quien desea fichar a las figuras que alimentan la esperanza, la bronca y el bocadillo de medio metro de la afición.
Cada jugador de la selección española percibirá 600.000 euros si consiguen la gesta de ganar el Mundial. Jugadores que por separado ganan unos 4 millones de euros (brutos o netos, lo que digan los titulares que manipulan la actualidad desactualizada del fútbol) en sus respectivos clubes. No seré yo quien discuta el merecimiento de unos sueldos desproporcionados que se abonan a golpe de talonario infectado por la demora, pero sí quiero alzar la tipografía de este escrito para mostrar extrañeza por la bonanza de las cuentas federativas, antónimo de la situación económica mundial.
¿Cómo es posible que zutano o fulano vayan a empeñar sus vacaciones para acumular latas y latas de piensa en verde en la nevera mientras un grupo de deportistas se forra a costa de su austeridad? Debe de ser que el romanticismo del balón se pierde una vez superada la barrera psicológica de la edad, la misma que te indica que, por mucho que lo desees, ya no podrás ser futbolista porque estás por encima de los treinta, la edad de la retirada oficial de la elite. Algo así me ha debido de ocurrir a mí, desde el plano cenital en el que me ubico al analizar la realidad del balón.
600.000 euros son 100 millones de las antiguas pesetas. 600.000 euros es lo que cuestan 500 vehículos utilitarios, ó 1.200 cestas de la compra de un hogar estándar, ó 1.500 mensualidades de una pensión congelada, ó 300.000 entradas de cine a 2 euros cada una. 600.000 euros destinados a un jugador por ganar algo que alimenta la pasión de millones de personas, por conseguir algo que le dignificará de forma vitalicia como futbolista (gané el Mundial), algo por lo que la mayoría de ellos pagaría. Porque, ¿hay algo más grande para un futbolista que ganar un mundial?
Parece ser que sí: ganar dinero a cualquier precio, manque pierda la afición, la misma que padece la crisis y la que destina un amplio porcentaje de sus ganancias a disimular su situación con la droga futbolística. Gol.
Marga Ferrer