Por la mañana me mantienes despierto, por la noche arrinconas mi estrés y lo meces como madraza experimentada hasta dibujar la telaraña que nace de la duermevela. Tienes el pelo ondulado, tu voz es cantarina, aunque también susurrante, confidente, embriagadora, dulce, dormilona.
Frunces el ceño, o no, ya no sé si es que la edad te ha dejado el legado de esas arrugas forjadas en mil batallas, de las que siempre sales victoriosa con el mismo uniforme, sin el titular de la tele, carente de los caracteres de un tuit, incluso del traje de etiqueta que visten esas otras primas hermanas que siempre te quieren encasquetar como enemigas.
Pero no, tú estás por encima de todas esas identidades, respetas y convives con ellas sin cambiar tu estilo, bajo el mismo look de inocente, con el tintineo de la sintonía, ahora más digital, antes analógica, aunque siempre al tanto de lo que acontece.
Porque eres una elegante difusora de tendencias, informadora compulsiva, siempre estás a la última (hora), incluso antes del que piula. Tu fórmula también es musical. Y bailas, pinchas discos sin parar; y entrevistas, comparas, estudias. Y sueñas con la magia de la omnipresencia; al volante, en la ducha, en el móvil, en la tableta, en el trabajo, en la calle, allí y acá.
Felicidades, querida.
Hoy pones tú el dial.
Inma Gabarda