Se rasgan las vestiduras por el cambio de nombre de una calle o por la baja del altar de un busto regio. Nos llevan al infierno porque alguien luce greñas y recibe al capitán de un barco en mangas de camisa, pero ya nadie se escandaliza cuando retiran la prestación a un hombre de cincuenta años y una familia en sus hombros o queda en la calle otra familia.
Nadie dice nada cuando Rodrigo Rato se acoge a su derecho a no decir ni palabra ante el juez cuando éste le pregunta dónde están los dineros que cobró por no hacer nada. Rato solo mira de arriba abajo al juez, agarra de la mano a su novia y se pierde en aguas de Mallorca donde muestra las lorzas de su abellotado cuerpo desde el yate que alquila a precio millonario.
Nadie dice nada, porque te condenan por decir más cosas, ante los abusos persistentes de los bancos que ya cobran hasta por respirar y mucho más por sacar tu dinero desde un cajero automático.
Nadie dice nada y mira a otro lado, cuando un psiquiatra, el muy honorable Hermano Mayor de una de las cofradías más ilustres de Sevilla, es señalado por más de 30 personas, la mayoría mujeres, que le acusan de haber destrozado sus vidas. Dice el muy pío señor que están jugando con su honor y por preservar el buen nombre que lo viste pone demandas millonarias a sus supuestas víctimas. Nada mejor que un buen ataque, le ha dicho un rancio compañero de barra y sotana. En Sevilla, una tierra donde el honor se pasea a ras de suelo, se mira perfecto desde las atalaya de un buen hombro, sonríe en medio de los rezos y hace arte de los sufrimientos. Nadie quiere mirar debajo de los palios, donde la injusticia apesta y una corbata de seda se convierte en un cheque al portador contra los perros flautas.
Nadie dice nada, ¿para qué decirlo?, cuando la lucha es tan libro abierto que duele, aunque la lucha consista en seguir la misma cuerda y el curso del río no cambie. Que sigamos el camino de la decadencia, que se agrande el agujero negro donde se entierren las inmundicias y el mejor conversador sea un mudo. Que todo siga igual, es lo que hay. Y reine la hipocresía en lo más alto de nuestras cabezas, aunque ya no quede nada de luz ni viento a la miseria. Tampoco queden cabezas.
Foto: Carmen Vela
David Casas