“¿En quién confía usted? En la gente que come cuando tiene hambre, supongo”. Es una pregunta que se le puede hacer a cualquier ciudadano de este territorio hispánico o de la otra parte del mundo, esa persona de corazón sano y sonrisa despierta que piensa que el mundo está así porque así debe ser. Sin más pespuntes. ¿Por qué cambiar lo que va como tiene que ir aunque vaya yendo arrastrando el trasero por el asfalto?
Lo importante es el estómago y una buena mano de cartas, según qué día. O un plato de potaje frente a la candela, o decir que no tengo nada que decirte después de aquella noche. Vivimos tan deprisa que los días llegan con respiración asistida a la primera reunión de la mañana cuando nada sirve y el café está frío.
Vivimos tan ajenos que nuestro dolor llama a la puerta y solo abrimos cuando la sangre nos ahoga. No es por precaución, es por miedo a perder lo mucho que tenemos que es “nada” cuando nos miramos al espejo.
No te paras a pensar qué haces en medio de la calle cuando esta calle es la de siempre. Caminas alejado del bordillo porque, más abajo, el abismo te llama y tú te encuentras solo.
Somos así, una multitud de hombres que nadie conoce y buscamos el mismo objetivo para seguir viviendo. Somos esa masa social de los desconocidos, la legión amable para seguir edificando, una herramienta útil que cumple objetivos y no deja rastros.
Nacemos cada día y un día de estos hemos dejado la casa. Allí quedaron nuestras lágrimas y una voz que nadie escuchó. Pero somos personas y esa gente que nos señalan no quiere saberlo. Mañana será otro amanecer, vendrá otro hombre y no conocerá el cauce del río ni el aleteo de las codornices en la primavera, solo dispondrá de un minuto para apretar un botón para que la luna solo parezca humo en nuestra imaginación.
Vivimos un segundo antes que la muerte, mutilamos el cuerpo de las luciérnagas y aplaudimos cuando nos lo ordene la luz roja. Pero vivimos y, en medio de la marea baja, decimos lo que hacemos. Sentimos.
@butacondelgarci / Foto: Carmen Vela
José Manuel García-Otero