No lo digo yo, lo escuché por ahí: “Montoro es un sapo que come elefantes”. Y quien lo dijo lo clavó. Pero no sirve para nada. Vivimos en una sociedad donde reinan las moscas y los leones se esconden detrás de las cortinas. Este es un mundo donde lo absurdo muestra fortaleza y la inteligencia es el arte de vivir en el alambre sin romperte los huesos en la caída.
Respiramos una atmósfera con tantas etiquetas que el aire se derrite en la primera instancia. Los artistas son los parias del siglo XXI, siervos de la gleba cuya vida se juega en el parquet y mueren a manos de un ascensorista ascendido a ministro.
Escribir es una aventura, el sueño de una noche de invierno que ningún poeta robó, una quimera que los comerciantes quieren vender en la Quinta Avenida. El ministro que mueve los números no te mira a los ojos; solo eres una cifra que no cuadra, una mala suma de un momento equivocado que dormirá para siempre en el archivo de los olvidados.
Vivimos sepultados bajo una montaña de interrogantes que nos prohíben ver el mar y quedan prendidas para que el viento del este la desgarre.
La Cultura tiene cadenas de oscuridad y grilletes de silencio. Los números pueden más que un verso o la mirada de un pintor. Hacienda vigila sus pasos. Acecha: el gran hermano tiene corazón de acero y solo luces para la noche. Hay bruma más allá de un banco. El sol aun no pasó por la autopista.
Lorena Padilla