“La vida misma”

Han dicho: “El tiempo de los corruptos ha llegado a su fin”. Pero no les creo. Vivimos en un país donde meter la mano en caja ajena es una costumbre tan natural como ir al baño o hacerse una tortilla. En este país todo es tan natural como la vida misma, pero esa “vida misma” es un jeroglífico indescifrable.

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La “vida misma” en este país donde los ciegos ven y los tontos siempre son los demás, es una cadena interminable de propósitos de porcelana, donde los pasos torcidos son los mejores pasos, porque una línea recta es tan esférica que no deja de dar vueltas y el pensamiento ético es un salchichón que expone sus vergüenzas en la muestra acristalada de un bar.

 

La “vida misma” nació sietemesina, pidió un ron con pepsicola y bebió de las mismas fuentes existencialistas que Sartre, pero se confundió de habitación una noche y al día siguiente desayunó diamantes.

 

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La “vida misma” es un jardín sin rosas, una eternidad cortada a medio bordar, la piel que nunca habité porque quiero ser yo y me olvido de las letras, esa marejada de nubes descompuestas que huyen del sol y de la envidia, la lluvia que cae siempre en el mismo tejado mientras escuchas la voz oscura de un bandoneón.

 

La “vida misma” corretea en el patio de siempre y nadie quiere apagar la luz: existen sombras en los rincones y una larga cola de dolientes sin frac. Es una procesión de estrellas que durmieron en el lado equivocado de la cama y aún no han despertado. Esperan que un día salga el sol, el mar luzca de un azul intenso y la honestidad no sea un cenicero cargado de colillas. La vida misma es la que nadie quiere y todos asumimos pero nadie quiere parar esa rueda, porque más allá nada es igual y habita el miedo.


@butacondelgarci

José Manuel García-Otero

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