El año apura sus amaneceres y la rueda sigue engrasada en sudores y sangre. El alma duerme sobre un colchón de cristales y busca nuevas almas. Los hombres y mujeres de este territorio caminan con la brújula rota sobre un asfalto afilado pero nadie se para. No quieren morir en la cuneta. Es la nueva ley que nos dice que el hombre solo piensa una vez y luego muere.
En este tiempo de prisas y tecnología difuminaron los rostros y quemaron las ideas; escondieron la risa en la celda de las tristezas y nadie supo más de los poetas.
La libertad era eso, dijeron: un ave sin plumas que busca el horizonte y solo ve estrellas apagadas. Lorca escribió
en la orilla del río, Whitman diseminó las hojas y Neruda lanzó versos contra el rostro de aquella gente sin rostro. Versos desesperados de amor y libertad.
La libertad era eso, dictaron: unas manos sin nada, un corazón de piedra, una bombilla rota, la pluma de José Hierro hundida en el estanque, la luz agonizante de una vela en la tormenta.
Hay muchos que piensan que la libertad es otra cosa. Es la mirada de un niño y el abrazo de un amigo. La libertad es el grito embravecido de las olas, miles de voces compañeras que caminan juntas y rompen las murallas del horizonte. La libertad es una sola verdad que no tiene rincones y nunca muere.
José Manuel García-Otero