La libertad era eso

Madrid ese domingo azotaba con un frío que arrancaba la carne. Pero a Javier no le importaba. Cada segundo significaba un gramo de luz y cada partícula de aire la degustaba con parsimonia de gourmet: nada sabe mejor que un trozo de libertad bien ganada. La caricia del primer rayo de sol sobre tu cara. O el abrazo de tu hijo después de una larga sequía de sus abrazos.

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Yo entiendo tu sonrisa espontánea, ese momento de luz sin focos, la dulce ansiedad de padre que ve a su hijo correr como un potrillo desbocado y con ganas insaciables de ti, papá, rey de las ausencias. Y entiendo ese calor nervioso de sus brazos, ese apretón de tu cara y cómo se llenaron tus mofletes de besos y el chispear de su mirada infantil que te llenó el alma.??

En esos momentos no había nadie más. Eras tú y tu hijo. Eras el rey león, el más afortunado de los hombres, esa persona que un día soñaste en medio de un interminable bosque de sombras. Eras tú, sencillamente. Ese hombre que recobró el aliento y volvía a tener alas. Una persona sedienta de abrazos y sonrisas.??

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La mirada de tu hijo, el contacto de su piel en tu cara, su voz tan llena de matices y lunas, sus palabras resumidas en un papá tan prolongado que no querías desengancharte de ellas. Ya nada te importaba. Sobraba todo el terciopelo, todas las miradas amigas. Eras tú y ese pequeño león tan generoso de amor, tan hambriento de caricias.??

Luego vinieron las fotos, la mujer, tus padres, tus amigos, gente conocida, compañeros de siempre, nuevos compañeros, un baño de bienvenidas para nadar en esas templadas aguas de la felicidad.?

Andabas tan bien que se borraron las alambradas del día. Olías a pan nuevo y a mar. A esa risa de niño de abrazos de ángel. Y supiste que la libertad era eso.



David Barreiro

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