El hombre prefiere alimentar el estómago antes que el alma. Los poetas, escritores, pintores, escultores, filósofos, que avivaron el espíritu de las personas y afinaron las cuerdas de sus sentimientos, toda esa gente, quizá una mayoría, dejó una huella tan profunda que el tiempo, conserje y guardián de sus obras, abrillanta y da esplendor cada día, todos los años, siglo a siglo.
Pero esa legión de genios que el Universo parió murió pobre, muchos perseguidos o ajusticiados por expresar sus ideas y dejar que las palabras de seda volaran a través del mar y llegaran más allá de las alambradas insertas en el horizonte. La Cultura siempre fue una viajera sospechosa, enemiga de poderosos y lerdos, de violentos y malvados.
Durante siglos la Cultura sembró de paisajes hermosos valles donde el hierro y el fuego rompían en mil pedazos el sueño de una estrella. Pero el hombre emborronó sus huellas y no reconocemos nuestro propio rostro. Todavía el poeta sigue viviendo en las viviendas de los humildes y soporta los rigores de un tiempo que nunca fue de los artistas.
Salvo privilegiados, los cómicos mueren pobres, los escritores duermen bajo la luz mortecina de la soledad y los juglares corren en pos de un mendrugo de pan en medio de la fiesta. Los poderosos alquilaron la imaginación para generar dinero y le pusieron una sonrisa de oro. El tiempo es un verdugo más para los artistas que no saben de presentes y no viven del mañana. El tiempo lo hicieron los ricos y pusieron rejas en la ventana y francotiradores en las azoteas.
No son buenos tiempos para la lírica, ni para dibujar amaneceres, ni para cantar gestas que hizo al hombre grande, son días de nubes traidoras y vientos que huyen de la mirada del yanapuma; las lágrimas se deslizaron con la lluvia y en la lluvia se ahogaron parte de los versos. La Historia sigue encadenando lunas rotas y destripando burbujas de libertad. Pese a todo, cantan los gorriones y el grillo rompe la oscuridad. Todavía quedan poetas, pintores, cómicos, filósofos y escribanos. Siguen en pie. Los acunó el pueblo y allí alumbran las candelas.
Iván J. Muñoz