Si ves que una bandada de pájaros atraviesa tu cielo, no dispares; puede que mates los sueños de alguien, quizás aniquiles sueños que un día salieron a buscar su lugar y aún no regresaron. Bucea entre palabras y sonrisas, tal vez encuentres esa flor que reine sobre el estiércol.
Una estrella nunca llora bajo el manto oscuro de la noche, deja que la lluvia borre la huella que dejamos olvidada o se quedó esperando un tiempo que nunca vino.
Son tiempos de ira, de horizontes cortados por alambradas de codicia; tiempos de unos cuantos que aprisionan a muchos; un tiempo donde el silencio lleva cadenas y las voluntades se compran.
El hombre sale a la calle sin conocer el rincón en el que acechan los francotiradores; lleva los bolsillos repletos de esperanza, tal vez le llegue una sonrisa o alguien le tienda una mano o puede que un disparo le condene a la eterna oscuridad.
Una calle es un bosque de miradas ocultas y silencios marcados. En medio de una calle la música no existe, sólo el suspiro del viento y la luz apagada de las tiendas que no tienen pasado.
La calle es de todos pero no todos lo saben, sólo quieren dar un paso adelante y seguir respirando, alejarse de una marea que contagia frío e indiferencia. Una calle es un vendaval de carne humana con números en el cerebro y espinas de rosas en el corazón, un corazón que bombea miedo y busca desesperadamente una salida.
La calle llora y ríe, ama y odia. Siente. La calle es un cúmulo de personas que aspiran a seguir siendo personas; y buscan de manera irreversible un punto en algún lugar, quizás un cartel o un luminoso, que les diga que pueden ser mejores y puede que un día logren creérselo. La calle tiene fe si todavía no la robaron. Y un futuro que, aunque incierto, es un futuro. Y les pertenece.
Tu calle es parte de tu vida, una razón ilógica de tu existencia, una cadena humana que sigue unida por puntos invisibles. La calle es un corazón que late y a veces duele; una memoria que otras manos no arrebatan, por mucho que disparen, por más que nos aprieten.
David Casas