Vivo rodeado de fotos, cada día despierto con encuadres destripados la noche anterior, con el ojo crítico del visionario gráfico, del profesional sometido a un recorrido diario por el acontecer en formato digital. La versión analógica cada vez es menos usual, se queda reservada para el tiempo libre, eso es lo que me dice la persona artífice de tanto registro instantáneo, eso es lo que compruebo con ella cuando abordamos juntos ese momento de ocio, alejados de los encuadres cotidianos, en otras tierras, bajo otras sombras, testigos del mismo sol o la misma luna, bajo perspectivas diferentes.
Lo malo de las fotografías es que carecen de la representación olfativa, de la auditiva, de la táctil, de la gustativa, pero evocan deseo, nostalgia, romance, realidad, sencillez, falsedad, manipulación, distorsión, pornografía, instantes. Instantes del momento vivido para ser revivido o expuesto ante los ojos de un tercero con recorrido vital diferente al del autor que es capaz de aportar matices nuevos o inesperados al momento captado.
Instantes de reflexión, de vida, de sueños (rotos quizá), de naturaleza viva, de rasgos muertos; instantes, al fin y al cabo, que testifican nuestra presencia bajo la esfera del todo vale si es susceptible de ser fotografiado. Nada cuesta menos que un recuerdo bien plasmado, nada satisface más que decorarlo con las vivencias propias o con las ajenas a través del manuscrito que lo adorna. Combinemos las texturas de la vida y obtendremos el placer de un plato servido al punto (crudo, irreal o maniqueo).
Óscar Delgado