Si miras el cielo, observarás que los pájaros que revolotean por encima de los tejados no dibujan piruetas alegres sobre el aire: huyen. El miedo les dispara plomo y buscan otro cielo. Un panorama orwelliano pinta de gris los paisajes. Niegan a Saramago y las palabras que un día escribió García Márquez quedaron prisioneras bajo una capa de alambres de acero y pensamientos uniformados.
Estos tiempos no son los que Octavio Paz quiso que fueran, sino montañas de nubes artificiales y risas de plástico que José Hierro plantó en el jardín de las pesadillas.
Quieren asesinar de nuevo a García Lorca y silenciar para siempre la voz de Víctor Jara; que los paisajes sigan iguales y los niños no busquen a Peter Pan. Quieren que el mar tenga murallas y Roberto Bolaño no encuentre nunca a sus amigos. Quieren que la noche disponga del
margen suficiente para ocultar sus fechorías y esa luz no tenga ojos para ver la sombra que nos arranca ese trozo que nos queda de sonrisa.
Estos tiempos no son tiempos para la rebeldía y es peligroso salir de pesca con Hemingway: el mar anda infestado de tiburones y hoy de nuevo detuvieron a Kafka. A Quevedo lo encerraron por loco, tapiaron los molinos de Cervantes y al Rucio lo nombraron ministro con cartera.
No busques más caminos que la selva ni más calles que tu calle. Es hora de poner en orden cada instante, que la palabra libre salga desnuda de tu casa y nos rocíe la piel con gotas de aire nuevo. Somos más las voces que habitan bajo la noche espesa, lo supo Borges y lo escribió Neruda. Aquella mala gente puede quemar papeles, derribar paredes y poner candados en las bibliotecas. Pero no puede agitar el otoño de Walt Whitman ni disparar borrones en los versos de Machado. No podrán con nosotros: no saben cuándo nace la primavera.
Foto: Carmen Vela