Por Javier Montes
La historia es fantástica. Narra la poco conocida revuelta del pueblo húngaro contra el dominio soviético y se basa para ello en un hecho real: el partido de semifinales de waterpolo que enfrentó a ambos países en los Juegos Olímpicos de Melbourne de 1956. Aquel encuentro, que acabó con victoria húngara, es recordado aún por ser uno de los más salvajes de la historia de ese deporte, con una piscina teñida de sangre y popularmente conocido como “el baño sangriento”.
A pesar de contar con esos fabulosos ingredientes, el director Krisztina Goda cocinó una cinta bastante pobre. Uno termina enfadado porque la trama no llena, porque los protagonistas no contagian y porque da rabia que historias así se las carguen en 120 minutos. Ambientada en el Budapest de 1956, cuenta la vida de una estrella de la selección húngara de waterpolo, Karcsi, quien se ve involucrado en la revolución antisoviética que se cuece en las calles de Hungría. La joven y apasionada Viki capta su atención, consigue que el joven deportista se adentre de lleno en el corazón de la revuelta y eso le lleva a ser expulsado del equipo. Tras la retirada de los rusos, Karcsi vuelve a la selección de waterpolo para jugar en las olimpiadas de Melbourne sin saber que las tropas rusas han vuelto a su país apoderándose de las calles de Hungría.
Entremezcla el director escenas del partido con las revueltas callejeras del país.
Al final el gol nos lo mete el señor Goda que firma una película para olvidar.
Inma Aznar, periodista