Una imagen vale más que mil palabras, como la intuición que guía a quien se anticipa al comportamiento del otro, como el indescifrable rostro que nada dice, que todo cobija. Tópicos rotos por el antojo del acontecer, troceados por anécdotas reducidas a la inoportunidad del que descubre una mentira cruda, o del que encuentra una traición de la más leal de las personas que le rodean.
Tópicos reproducidos hasta la saciedad por el prejuicio de quien sí es previsible y cree que todos lo son, del torpe que toma decisiones en boca de todos sin contrastarlas o de aquel que escribe la versión de unos hechos sesgados de antemano por su profecía incumplida, la misma que ha sido anticipada confiando en la probabilidad máxima de antecedentes, de noticias o de pensamientos oficiales ya descritos por alguien en otro momento. Expresiones falaces que incomodan al protagonista desde la premonición del consenso de pareceres.
Nos dejamos llevar, a veces, por la vaguería del proceder de todos, de ese vulgo mal conducido cuando se le trata como la masa deforme que nos contenta. Hasta que lo dicho sonroja y deja con una mano delante y otra detrás al que interpreta la realidad sin el respaldo de la verdad. ¿No es un mal que está aniquilando al Periodismo antes de que el papel desaparezca bajo la profecía de que desaparecerá?
Inma Gabarda