El registro del Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia el pasado martes de 20 de enero y la posterior imputación del ex gerente, Ernesto Moreno, y su ya exintendente Helga Schmidt por delitos de prevaricación, malversación de caudales públicos y falsedad, a raíz de la denuncia presentada por el fiscal en base a un informe de la Intervención de la Generalitat Valenciana de 2010, ha supuesto un nuevo golpe de corrupción sobre la ya lacederadísima Comunitat Valenciana. Los valencianos estamos hartos de tanta corrupción, de tanto escándalo y tanto latrocinio. Estamos hasta las narices de soportar una nefasta gestión pública en manos de unos desalmados que se han aprovechado del pico de una gaviota, desprestigiando a sus otras compañeras gaviotas honorables y orgullosas de serlo. Estos desalmados comen carroña, lo que hace que se alíen con lo más rastrero, zafio y maleante del patio de Monipodio. Un atajo de rapaces con falsos oropeles que han convertido a la Comunidad Valenciana en tierra de saqueo donde, por lo visto y mientras no se demuestre lo contrario, ha estado cobrando comisión a costa del erario del público hasta Perico el de los Palotes.
El registro policial y la imputación de la exintendente y el exgerente es la gota que colma el vaso de los escándalos, problemas y despropósitos que carga a sus espaldas el Palau de les Arts desde el inicio del proyecto hacia el año 2000. Empezó con el arquitecto Santiago Calatrava y el sobrecoste de la construcción, 478 millones de euros. Inmediatamente vino la contratación de Helga Schmidt y su supersueldo, más alto que el del Presidente de la Generalitat Valenciana. Luego en 2006, a los pocos meses de la apertura oficial, una avería en la plataforma escénica afectó la programación de aquella temporada y se tuvieron que cancelar representaciones de La Bohème y La Bella y la bestia, y se ofrecieron Don Giovanni y Cyrano de Bergerac con montaje modificados. La reparación costó medio millón de euros. Un año después, en octubre de 2007, las fuertes lluvias caídas sobre la ciudad de Valencia produjeron inundaciones en el recinto operístico. Se inundaron pasillos, salas, almacenes; se dañó el sistema eléctrico y la maquinaria del escenario. Todo ello afectó a las representaciones de Carmen y obligó a cancelar 1984. Los daños ascendieron a más de 16 millones de euros.
A estos problemas en el edificio le siguieron los escándalos por la contratación de importantes figuras de la lírica, así como de los directores Lorin Maazel y Zubin Mehta, todo un lujo para una ciudad como Valencia, que ascendió a más de 10 millones de euros. Dicho gasto fue justificado por los gestores en su afán por conseguir lo mejor para el coliseo valenciano, sobre todo en una ciudad que carecía de tradición operística. Y mientras se cosechaban grandes éxitos, como la tetralogia wagneriana de El anillo del Nibelungo y la Orquesta de la Comunidad Valenciana se convertía en toda una referencia nacional e internacional, los escándalos eran pan de cada día en el Palau de les Arts: denuncias de enchufismo y despifarro en la gestión de la exintendente, que se gastó más de 390.000 euros en viajes, dietas y alojamiento, así como pluses por pernoctar en hoteles europeos de cinco estrellas con la excusa de contratar a grandes figuras para Valencia. Luego el trencadís empezó a caerse y dio comienzo al sainete entre Santiago Calatrava, la Generalitat Valenciana, la culpas a la UTE que construyó el recinto. Pérdidas millonarias en los ejercicios de 2011, 2012 y 2013. En 2014 un ERE que se saldó con 38 despidos. Y ahora, mientras los andamios cubren gran parte de la fachada del teatro, surge el escándalo de los patrocinios, el registro, los arrestos y las imputaciones, que se retrotraen a los ejercicios que más pérdidas generaron en la contabilidad del teatro.
Dejemos que la justicia haga su trabajo, lo que no nos exime para que veamos todo este último escándalo como algo tremendamente complejo y confuso. Helga Schmidt siempre ha sido atacada y cuestionada en su gestión, pero es evidente que supo llevar al Palau de les Arts a las más altas cotas, a golpe de talonario, vale, pero con su influencia se consiguieron voces que de otra forma hubieran sido impensables para una ciudad como Valencia. Tal vez un sueño que nos ha durado poco a los valencianos. Un sueño del que no éramos conscientes que soñábamos. Una irresponsabilidad e insolidaridad para parte de los gestores públicos que nos inducían a soñar mientras muchos niños iban al colegio en barracones y muchas personas pasaban hambre. Demagogia, pero hay que decirlo. Lo mismo ha pasado con la Fórmula 1.
No estoy en la piel de nadie, casi ni en la mía, pero no dejo de preguntarme el por qué ha tenido que acabar la exintendente del Palau de les Arts su brillante carrera como la ha acabado. Es evidente que tenemos que dejar trabajar a la justicia y que yo no soy quien para poner la mano en el fuego por nadie. Pero visto lo visto, el Presidente de la Generalitat Valenciana ha dejado a Helga Schmidt como a Manon Lescaux, “Sola, perduta, abbandonata in landa desolata”. Ahora resulta que esta ópera, la última de las programadas hasta el momento en el coliseo valenciano, ha sido premonitoria. ¿Una mujer que ha trabajado con Herbert von Karajan y el Festival de Salzburgo, que fue directora artística del Covent Garden de Londres, que ha sido gestora de la London Symphony Orchestra y de la Concertgbow Orchestra, que ha sido gerente del Festival Mayo Florentino, amiga de Maazel, de Mehta, de los grandes de la lírica, que levantaba el teléfono y conseguía los mejores repartos, tenía necesidad de acabar en algo tan turbio y tan zafio? Schmidt llegó a Valencia en el 2000 con el reto de convertir la Ópera en un referente y lo consiguió de manera pasajera y a golpe de talonario, como hemos dicho. Dinero y contactos. Tal vez fue parte del sueño ante una realidad demasiado triste. Tal vez todo ha sido fruto del delirio de unos políticos desalmados a los que su propio complejo de inferioridad les abocaba a la megalomanía y al derroche a costa de los otros. Una realidad que es pesadilla para todos, derrumbe, fango y miseria, o simplemente el paso de Othar, el caballo de Atila, aquel que por donde pisaba no volvía a crecer la hierba.
Con el Palau de les Arts descabezado los valencianos nos quedamos con un edificio público más que se cae y sin contenido ¿Qué cantante de primera línea va querer venir a un teatro maldito? ¿Quién va a gestionar este monstruo? Hoy ya es un gran edificio vacío, una ruina en concepto. Lo veo albergando a las bandas de música de la Comunitat Valenciana y con una temporada de ópera tan modesta que presumiblemente no vaya más allá de las aspiraciones de un fin de curso lírico. A lo mejor esa era la realidad que nos podíamos permitir. ¿Hubiera sido más rentable acondicionar el Teatro Príncipal de Valencia para programar una temporada de ópera? Pero “el serà per diners, sense tindrels” pierde a ciertos personajes, los mismos a los que les gusta soplar en caldo frío. Sin duda, los valencianos hemos sido víctimas del mal sueño de un teatro de ópera. Nos hemos creído la entelequia del Palau de les Arts y al final hemos enloquecido como las heroínas de las óperas de Gaetano Donizetti. Pero hemos sido iza y hemos puesto la cama. Al final, a pagarlo mala ropa: el contribuyente.
José Manuel García-Otero