El ebook (y II)

Por David Barreiro, escritor y periodista

Independientemente de hasta dónde llegue la disposición final primera de la Ley de Economía Sostenible impulsada desde el Gobierno para neutralizar la páginas de descargas en virtud de la defensa de la propiedad intelectual, lo cierto es que parece difícil que la sociedad esté dispuesta a pagar lo que pagaba hasta ahora por los contenidos de ocio, ya sean libros, música o cine.

Centrándonos en la literatura, suponiendo que haya una adaptación al nuevo modelo de negocio digital y que las editoriales ofrezcan su catálogo en formato de e-book, la primera pregunta que surge es ¿a qué precio van a poner sus libros? Parece evidente que, debido a la disminución de costes que supone el nuevo entorno, el precio final será inferior. Aun así, es lógico pensar que los usuarios van a compartir archivos gratuitos –si no se los pueden descargar de webs concebidas a tal efecto, algo que está por ver – con una fluidez que no existe en el entorno analógico.

Esto es, si no existe el gratis total, sí que los precios tenderán a cero, lo que supondrá que sea necesario que buscar vías alternativas de financiación.

Uno de las posibilidades existentes será la inserción de publicidad en los e-books, al estilo de las revistas o periódicos convencionales. Es evidente que una empresa que sabe que el libro de Dan Brown lo van a leer millones de personas, le interesa aparecer en él sea como sea (y sobre todo al principio, que no todo el mundo llega hasta el final).

Otra opción es que se trate de una publicidad diegética, es decir, que forme parte de la historia, algo que, hasta donde yo sé, aún no se hace en literatura, pero sí que he visto en series de televisión y películas. ¿Cuánto estaría dispuesto a pagar Crispi Cola para que la trama de la próxima novela de John Le Carré se urda en su sede central?

No sé si esto sucederá, pero sí sé que pronto lo veremos. Pronto lo veremos todo, amigos. Mientras tanto, los directivos de marketing ya han empezado a crearnos la necesidad de hacernos con un e-reader, de los que se venderán muchos más de los que se necesitan –no olviden que en España se leen 9 libros por persona al año, de media claro– y que, como todos sabemos, nuestro flamante e-reader habrá envejecido lastimosamente a los seis meses, y así sucesivamente, de manera que difícilmente se amortizarán jamás.

Óscar Delgado

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