El ‘making off’ de un CD

360gradospress se adentra en un estudio de grabación para conocer un proceso poco conocido por la mayoría del público

V.P., Valencia. La industria del cine nos lleva apabullando desde hace años con videos que se han convertido en un género en sí mismo, conocidos como making off, que desvelan sin tapujos los secretos la magia del séptimo arte. El público se ha llegado a familiarizar con esos paneles verdes que se transforman tras horas de trabajo en un ordenador en paisajes impensables o en mastodónticos monstruos de fantasía, que se muestran en la galería de “extras” del DVD o en ediciones de coleccionista…
En cambio, pocos conocen qué se esconde tras el simple gesto de elegir un disco de la estantería de una tienda o el cada vez más habitual “click” en webs de descarga directa.

El laborioso trabajo de grabación de una obra musical queda oculto casi como un secreto de gremio para los técnicos de los estudios y los músicos que pasan por esa habitación comunicada con la realidad diaria por un grueso recuadro de cristal. Si bien, siguiendo con el paralelismo del cine, el trabajo audiovisual es obra en sí mismo que no queda plasmada hasta que se visiona completa, en el caso del CD o la “maqueta” en los grupos noveles, lo que queda es normalmente un registro de algo que se lleva reproduciendo y palpando durante meses en un local de ensayo.

Después de decenas o cientos de interpretaciones para uno mismo entre cuatro paredes, este paso se concibe como la culminación del trabajo al que se le ha dado el visto bueno y los músicos quieren mostrar al resto de la humanidad. Formas de registrar la música hay tantas como librillo tiene cada maestrillo y tantas como dinero tiene el bolsillo. Desde grabar en casa con el ordenador y utilizando herramientas digitales (una dinámica cada vez más popular), hasta grabar en un estudio en general en dos modalidades: en directo o por pistas.

“Lo más importante a la hora de grabar un disco o una maqueta es tener todos los temas bien estudiados, saber cada una de las partes de cada instrumento, que no hayan cambios de última hora ni improvisaciones porque cada músico debe saber que hace el otro en cada momento de la composición”. Son las palabras de Fede, batería de la banda valenciana Rock Fucktory, que se encuentra en los pasillos del estudio donde graban su primera maqueta, lo que en el mundo de la industria musical se traduce en una tarjeta de visita o un “borrador de disco” para el público, promotores, medios y managers. Este formato suele constar de pocas canciones que representan una demostración del sonido y calidad de la banda o el artista.

Fede charla fuera de la cabina mientras Jesús, uno de los guitarristas graba su contribución al CD. Se puede permitir el lujo de tomarse un descanso porque para él lo más duro pasó hace unos días, puesto que la batería es el primer instrumento que se registra. Lo habitual es que un guitarra grabe el primer día al llegar al estudio una pista guía al ritmo de un metrónomo que marca el tempo que el grupo trae establecido del local. Cada pista supone una capa de la cebolla que en este caso es la canción y que en la pantalla del ordenador queda representado en una onda de sonido. Para cada instrumento se utiliza como mínimo una pista, a excepción de la batería que al menos cuenta con el número equivalente de micrófonos que se usen para grabarla. ¿Y cuántos pueden ser?, pues en torno a 8 como mínimo, puesto que cada una de las partes de la batería (caja, bombo, toms, platos….) debe grabarse por separado para poder controlar su sonido por separado.

Lo mismo puede realizarse para la voz o las guitarras: pueden estar sonando 3 voces a la vez, cada una en una pista diferente. Luego, esta separación por pistas permitirá para cada una variar volúmenes, añadir efectos, situación espacial (atrás, adelante, derecha e izquierda) o ecualizarlas. Así, después de grabar esa pista guía, el batería realiza en una cabina insonorizada su interpretación, escuchando ese apoyo sonoro al que se une el metrónomo, que viene a ser como un reloj que recuerda que la precisión ha de ser perfecta. Tras la batería llegará el trabajo del bajista y de los guitarras, en el caso de Rock Fucktory, o de más instrumentos. Para el final quedarán normalmente la voz principal y los coros. La edición en estudio y por pistas, permite una grabación por partes de cada momento de la canción o determinados compases. En la grabación en directo, en cambio, la interpretación en la cabina de todos los músicos queda para la posteridad, aunque se pueden solapar posteriormente más pistas para remendar o añadir elementos.

La minuciosa tarea del técnico
Volviendo a la cabina del estudio, Jesús está aferrado a su guitarra en un sillón frente al ordenador. Debajo de sus botas aguarda una caja de metal llena de pedales que intervienen en el volumen y el timbre del sonido de su guitarra. Junto a él se encuentra el otro guitarra, Carlos, y el técnico de sonido, Julio. Ante todos ellos una gran mesa de sonido y un par de ordenadores donde se edita todo el trabajo que se va grabando. Jesús sólo ve su amplificador a través de una ventana por la que se puede ver la habitación contigua, llamada pecera. Un cable a través de la pared le conecta a su gigantesca fábrica de sonido. El amplificador está aislado sonoramente para que pueda estar al volumen adecuado que permite a Jesús lograr el timbre que quiere transmitir en el CD. La microfonía es quien aguanta el torrente sónico y la transporta a la mesa de mezclas, donde Julio va concretando la ecualización de la guitarra. En el caso de las voces y otros instrumentos se graba también al otro lado de la ventana por la cual se pueden seguir las indicaciones del técnico.

Como explica Nino, el bajista, al respecto del asunto del sonido en su caso “lo más importante era conservar el sonido del local de ensayo, que ya me gustaba”. “Es un sonido que con el paso del tiempo he elaborado”, destaca, fijándose “en el de mis bajistas preferidos”.

El proceso de grabación quizá suponga aproximadamente el 50 por ciento del resultado del producto. Después vendrán largos días de posproducción que incluyen la ecualización final de los instrumentos, el pulido de detalles como la introducción de efectos de sonido y la mezcla de las pistas. Esto último no supone solo colocar cada instrumento a un volumen determinado sino el volumen y presencia de algunos detalles instrumentales en un compás concreto. El punto y final lo pone la masterización, donde se eliminan desniveles en las ondas de cada instrumento y otros procesos para conseguir un sonido uniforme. Si la grabación de por si ya supone una inversión de tiempo, dinero y trabajo trepidante qué decir de la posterior creación de las portadas, diseño y libreto del CD, una tarea y un coste monetario que debe asumir la banda en el caso de aún no esté respaldada por una discográfica.

Todas estas horas desgajadas aquí no son tan espectaculares como ver un making off donde se muestra aquella escena en la que un tipo escapa de una explosión de un coche que es mortal de necesidad, pero sí desde luego son menos dadas a conocer por la industria cultural. Así, al resto de los mortales se le escapa que detrás de cada “play” en el reproductor hubo horas de ensayos después de la jornada laboral, momentos de frustración al no encontrar cómo solventar el compás siguiente y horas de ilusión ante esta ventana de cristal del estudio.

David Barreiro

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