Hay momentos en los que no entiendo al ser humano. Muchas veces le doy la razón al personaje que interpretaba la actriz Ana Leza en la película de Almodóvar Mujeres al borde de un ataque de nervios, cuando se lamentaba ante Carmen Maura de las reacciones de su novio con aquella frase de “a una moto llegas a conocerla, a un hombre nunca”. Tenía razón. Al menos, es lo que opino. Veréis por qué.
Hace unos días fui a los Cines Babel de Valencia a ver la espléndida película El Club, dirigida por el chileno Pablo Larraín. Una durísima historia sobre un grupo de sacerdotes católicos que han sido apartados de la sociedad por pederastas y que viven acompañados por una monja en una casa situada en la costa del Pacífico. Un día aparece un joven que fue víctima de abusos sexuales por parte de uno de ellos y estalla una auténtica bomba emocional que hace añicos la falsa paz redentora. En esta película, premiada con el Oso de Plata en la pasada edición de la Berlinale, los perros tienen un protagonismo especial, no sólo porque el film está rodado en una zona donde hay mucha afición a las carreras de galgos, sino por su valor simbólico y porque estos animales son decisivos en el desenlace de la historia. Hay un momento, casi al final de la película, en el que se mata violentamente a unos cuantos canes. La secuencia es dura y el día que yo vi la película provocó algún que otro grito de inquietud y rechazo entre los asistentes a la proyección. Un minuto después de esta secuencia, presenciamos una escena terrible en la que Sandokán, el personaje que interpreta el actor Roberto Farias, es linchado salvajemente por un grupo de vecinos enloquecidos. Sin embargo, ante los golpes que recibe Sandokán que son muchos y están mostrados sin obviar detalle, ningún espectador lanzó un suspiro de desaprobación ante la situación, ni siquiera un hálito compasivo por el personaje maltratado ni nada por el estilo. Sólo yo fui capaz de reaccionar, no sólo ante la secuencia sino ante el silencio hipócrita de los que unos segundos antes se habían conmovido por la violencia contra los galgos. Y eso que en esta película son tan inocentes y tan víctimas los galgos como Sandokán. Me produce mucha tristeza y me preocupa sobremanera comprobar cómo hemos banalizado el mal y cómo estamos reaccionado ante la violencia.
Que queden claras mi repulsa y mi denuncia ante cualquier tipo de violencia, venga de donde venga y se ejerza contra quién se ejerza, ya sea persona, animal, planta, mineral u objeto; pero no puedo entender, y que conste que lo intento, al ser humano que es capaz de manifestarse contra la violencia animal y permanecer impávido ante la brutalidad que se ejerce contra las personas. No entiendo este comportamiento. No entiendo que una persona sea capaz de dejarse matar en protesta por las corridas de toros, por ejemplo, y no por la injusticia y la violencia ejercida contra otra persona. Me rompe el corazón ver la energía que algunos individuos ponen en defensa de los animales sin buscar soluciones ante el drama de los refugiados sirios o cualquier otro inmigrante del que también somos responsables, porque de esto no se escapa ni Dios, que ya es decir. Desgraciadamente estamos permitiendo el maltrato a miles de personas en todo el mundo y no hacemos nada. Imagino que habrá alguna explicación psicológica para ello, al igual que para la hipocresía de algunos animalistas que luchan para erradicar la violencia animal y, sin embargo, castran a sus perros, esterilizan a sus gatas, tienen jilgueros enjaulados o peces en una pecera para decorar el salón. También debe de haber una explicación para el comportamiento de aquellas personas que tienen un chihuahua, lo llevan siempre al brazo, lo cubren de besos y le impiden que se aparee y tenga crías, condenándole eternamente a una infancia permanente y cruel en beneficio del egoísmo afectivo de sus amos. ¿Será porque los animales supuestamente irracionales no hablan?
Abomino de la violencia contra los animales. Si no puedo soportar y lucho para erradicar la violencia descarnada contra los animales, mucho menos puedo soportar y lucho todavía más para impedir la violencia contra el ser humano, sea cual sea y esté donde esté, porque si somos responsables de los animales y de su bienestar, también lo somos de las personas, aunque lo olvidemos frecuentemente. Hay que erradicar la violencia animal, pero también hay que erradicar la violencia de género, el maltrato infantil, las vejaciones de todo tipo contra las personas. ¿Por qué somos capaces de ver a un animal como un igual y somos incapaces de ver de la misma manera a un ser humano? En nuestro país, los nuevos gobiernos autonómicos y municipales están desarrollando leyes en defensa de los animales, creando zonas libres de maltrato animal, prohibiendo circos con animales y corridas de toros, y está muy bien. Son medidas necesarias. Hay que defender y proteger al indefenso y al más débil, pero me da la sensación que nos estamos olvidando de las personas, convirtiendo al ser humano en el animal más desprotegido de la tierra.
Lorena Padilla