Cuando uno se mira en el espejo la mayoría de las veces el espejo responde de forma grosera: con arrugas, manojos blancos de canas y enormes cercos en las entradas. Y uno se enfada a medias, porque el tiempo te ha dejado el rostro como un monte arrasado por el fuego. Pero nadie puede detener el paso del sol ni las sombras que deja la noche.
España se ha mirado al espejo y, de repente, se vio envejecida y con cadenas en pies y manos. España era una hermosa dama, que adornaba los amaneceres del mediterráneo y las águilas le componían valses con su vuelo; ahora los campos chorrean espuma de tristeza y el mar rompe olas de melancolía.
España siempre ha sido tierra de gente brava, de nobleza agreste, de sangre tan caliente como el corazón de un soldado un minuto antes de mirar a la muerte.
Pero ahora a esta España la han cercado fuerzas que no se ven pero que hacen sangre y te arrancan el alma, ejércitos invisibles que ordenan y te arrasan la casa sin mirar un miedo que se derrite en tus ojos o el hambre de tus hijos.
Se llama Mercado y es el nuevo dueño de los destinos de Europa, aquel que prende fuego en tu presente y ordena borrar del mapa tu futuro.
España está librando una guerra desigual, donde millones de hombres y mujeres salen a la calle cada día a luchar y sólo encuentran la noche. Cuando llegan a casa la nada les recibe. La nada y el llanto. Ellos se lo llevaron todo.
España viaja sola en la autopista. El capitán no tiene manos y sus ojos no responden. Sólo espera. El capitán sin manos pidió socorro y nadie le atendió. Dicen que el banco (BCE) sólo tiene una línea y habla/entiende alemán. En medio del bosque angosto, Europa es un hervidero de comadres y especuladores, un nido de hombres de negro expertos en laminar sonrisas y poner alambradas. Pero España, lo he visto, no quiere morir en ninguna orilla, por eso lucha para que no le roben la sangre; y grita, grita alto y fuerte. Yo oigo su voz, nítida, porque le queda el alma.
Marcos García