Cuando los pensamientos son tiernos, ajenos al crujido de la realidad, se puede ser artista y dibujar en paneles imaginarios sueños de vida. Nunca son profecías, más bien deseos sobre los que paliar la ansiedad por devorar las hojas del calendario.
Y pocas veces se tiene ocasión de compartir esos anhelos de futuro con otra persona, a no ser que se dé la circunstancia de que los relojes estén sincronizados. Lo más importante es saber aparcar los prejuicios, cortar la etiqueta que llevemos colgada y conversar sin tapujos sobre el devenir, la proyección de nuestros comportamientos y la vida desde el prisma del ignorante con vocación de sabiondo. Sin faltar, eso sí, el ingrediente básico: la humildad, pero la humildad con el aderezo de la grandeza. Porque aquel que se marca el listón de Bubka siempre obtendrá una gran marca, aunque no sea el récord del mundo.
1998 ó 1999 ó 2000. 1.000 pesetas daban para poner 500 de diésel en una furgoneta destartalada, comprar un paquete de tabaco y pagar una ronda de dos cervezas en un paraje a priori imposible para dos estudiantes: el parador. Hay muchos, aunque la condición básica era coincidir con un alma gemela que entendiera como algo no extravagante tomar una cerveza en un sitio a priori reservado para lo que a mediados del siglo XX se tenía a bien denominar como viajante. No sé si viajantes, pero soñadores, éramos un rato. Dibujábamos castillos a los que le faltaba aire, el mismo que respiramos hoy con el alivio de pensar cuánto nos habíamos equivocado en una etapa de la vida en la que ser valiente era mirado con gracejo por aquellos que se acomodaban en el lecho del ‘mira ése que estúpido es’.
Gracias a proyectar castillos aéreos, ahora me río de lo humildes que eran los proyectos de alguien que conversaba en la distancia con aquel que supo también elevarse por encima del tiempo. El oasis que se llamó parador hoy es material privilegiado con el que reconstruir pasiones y anhelos repletos de vida. De la misma vida que hoy marca las conversaciones de los que vienen, van, se quedan y saborean lo que nunca fue pero siempre podrá ser mejorado.
Patricia Moratalla