Por Joaquín Becerra, periodista
Se abren las puertas traseras de varias furgonetas y de ellas se bajan grupos de individuos con sudaderas enormes con capuchas cubriendo sus cabezas. Sus pantalones de la talla XXL descansan sobre las caderas y sus zapatillas americanas reviven los buenos tiempos del ‘Gigantes’. Portan cajas de cartón y sus movimientos se asemejan a los de un primate perfectamente militarizado para la batalla. Juego a averiguar el contenido de las cajas pero el leve tintineo del metal no consigue otra cosa que despistarme. Todos ellos, como de una manada de bestias sincronizadas, se amontonan en un mismo punto para mirar atentamente a su alrededor. A diferente distancia, formando un asimétrico círculo entorno a ellos, descansan diferentes edificios característicos del extrarradio de Madrid. Sus ojos escapan de las miradas atentas de los vecinos, que como yo observan cada uno de sus movimientos, para concentrarse en las paredes que sustentan las cuatro o cinco plantas de viviendas que conforman la plaza Huerto del Cura de Fuenlabrada. Comienzan a hablar entre ellos, apuntando en una dirección y en otra, aunque no consigo escuchar nada porque proveniente de una flamante furgoneta Mercedes un conocido tema de Wu-Tang-Clan inunda el ambiente. De repente y sin dilación emprenden el paso, cada uno con distinto rumbo, hasta detenerse a escasos tres metros de las casas. Apoyan las cajas de cartón en el suelo y de ellas comienzan a extraer coloridos botes de metal que colocan minuciosamente en fila india frente a los muros. Uno tras otro empuñan un bote y lo agitan al viento para que el tintineo de pequeñas bolitas sea ahora el que marca el ritmo de la plaza. Al instante, el siseo del spray comienza a dibujar armónicos trazos en vertiginosas direcciones. El espectáculo acaba de comenzar.
La cultura del graffiti está presente en nuestro país desde principios de los 90, pero es con la entrada del nuevo siglo cuando realmente se la empieza a tomar en serio. Este arte underground que nace en el Nueva York de los 70 comienza a ser respetado como signo de expresión cultural y potenciado por algunos políticos.
El pasado sábado una de las plazas de Fuenlabrada olvidó para siempre sus desprotegidos y sucios muros para mostrar el estilo, el color y la protesta de aquellos que empuñan el arte como signo de rebelión.
Joaquín Becerra