Por Javier Montes, periodista
Nació antes de la Guerra Civil en el seno de una familia acomodada. Escuchó los primeros tiros cuando ya era adolescente. Guardaba muchos recuerdos de aquella época aunque sólo los exteriorizaba cuando alguien le preguntaba. Yo siempre sentí curiosidad y le acribillé a preguntas. Sus historias las guardo como un tesoro. Empecé a conocerlas en el verano del 97. Viví con ella dos meses mientras hacía mis pinitos en el mundo del periodismo. De noche, cuando llegaba a su casa y tras acabar la serie de Lina Morgan ‘Hostal Royal Manzanares’ -que le chiflaba y que a mi también me acabó enganchado de tanto escucharle ‘qué graciosa es’- me confiaba cómo fueron aquellos años. Qué comían, cómo iba corriendo hasta el mercado, cómo se enteraban del avance de las tropas gracias a una radio que reunía a todo el vecindario, cuándo había visto su primer muerto, cómo mataron al panadero de enfrente…
Siempre fue muy presumida. Lo era de joven y lo fue de mayor. Siempre tuvo clase. Adquirí mi afición a oír la radio por la noche aquel verano. Escuchaba la Cope y era fiel a José María García. Los desayunos rememorando las conversaciones del ‘Butano’ con Jesús Gil fueron fantásticos. Había noches que yo no necesitaba mi transistor. Por entonces el oído ya le estaba fallando y la voz de los locutores se colaba en mi habitación desde la suya. Alguna vez intuía sus carcajadas ante los comentarios de alguno. Se divertía con ellos. Era del Atleti.
Con los años llegaron más achaques y fue ella quien empezó a pasar los veranos en nuestra casa. Nunca olvidaré la ilusión que le hizo que lograra sintonizar en el televisor Popular TV para escuchar la misa del domingo. Digo escuchar porque la imagen era como la del Plus codificado. Había perdido la vista pero se sentaba feliz delante del televisor para seguirlas gracias al ‘milagro’ que había conseguido su nieto.
La ví por última vez unas horas antes de irme a Cuba y probablemente no la vuelva a ver, pero sus historias las seguiré guardando toda mi vida y esta noche encenderé la radio y seguro que se me escapa una sonrisa pensando en esa cajina de galletas guardada en el armario y reservada sólo para unos pocos…
Abuela, simplemente gracias, no te olvidaré jamás.