Por Segundo Tercero Iglesias, antropólogo
Cuando ustedes estén leyendo este texto ya sabrán algo que yo aún no sé. Lo que es el tiempo: yo estoy en el ahora, en mi ahora mismo, lleno de desconocimiento; que es un antes para ustedes, ya con conocimientos en sus ahora; que es mi después. Me refiero, abandonando el campo de la metafísica, a la final de la Copa de Europa. Hoy es martes 26 de Mayo, y mañana, mi mañana (que será su semana pasada), por la noche habrá sobre el terreno de juego en Roma 22 personas debatiéndose por conquistar algo soñado, deseado y sólo alcanzado por unos cuantos. 22 personas jugando, y otras tantas en los banquillos, no sé si sudando pero sí tiritando. Y en las gradas muchas más, y en sus casas aún más.
Todos y cada uno de ellos/as, nosotros/as, esperando el momento concreto en que un hombre vestido de negro se convierta para unos en el verdugo y para otros en un ángel, abriendo o cerrando con el mismo acto, lo que son las cosas, las puertas del cielo o las llamas del infierno. En unos cuantos metros cuadrados se concentrarán los dos extremos de las emociones humanas, la máxima alegría y la máxima tristeza, el llanto de ilusión y el llanto de pena. Las palabras de humildad y reconocimiento al rival y el silencio más doloroso. Esa noche unos no habrán dormido por ser lo que siempre quisieron ser y otros no habrán dormido por no ser lo que siempre quisieron ser.
Pero he aquí la cosa, como dice el sociólogo J.J. Parra Loza: las cosas que suceden no sabemos si son buenas o malas, eso sólo se sabe con el paso del tiempo. Aún así, imagino que los que han perdido piensan que han perdido, y los que han ganado que han ganado, y no hay espacio para las consolaciones, pero si yo aún en este día no sé quién ha ganado, les quedo aquí mi ahora que es su antes de la tragedia para que recuperen el tiempo, de atrás en adelante, en el que la duda todavía les empujaba a avanzar. Como señala el dramaturgo Juan Copete: un poco novato pero con madera. Pues eso, que habiendo madera siempre habrá otras y más posibilidades.
Marga Ferrer