“Si la ficción sirve para conservar el mundo, también para cambiarlo”

Destacado por muchos como uno de los mejores escritores de la narrativa contemporánea en España, Isaac Rosa es también columnista habitual y tuitero infatigable (@_isaacrosa). Distintas facetas, pero con un punto en común: incitar a sus lectores y seguidores a replantearse el aquí y el ahora.

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Has comentado en más de una ocasión que tus libros nacen de ideas concretas. ¿Es más sencillo escribir así que partiendo de una historia, como suele ser habitual?

No lo sé, pero es mi forma de trabajar tanto para escribir una novela como un artículo o un cuento. En mis libros hay siempre un fondo reflexivo, es decir, una forma de entender la literatura como una manera de hacer preguntas o de indagar, por eso suelen partir de una idea o de una propuesta a considerar. Por ejemplo, con El país del miedo no empecé porque tenía una historia o un suceso, sino que me planteé directamente hacer una novela sobre por qué el miedo está gobernando nuestra sociedad y nuestras vidas. A partir de ahí busqué un personaje y un contexto. Y lo mismo con La mano invisible: quería hacer una novela en la que yo mismo intentaba entender qué estaba pasando en el mundo del trabajo, así que construí el relato desde ese anhelo.

 

Acabas de enumerar algunos temas, como el miedo o el trabajo. ¿Qué criterio sigues para elegirlos y qué otros conceptos barajas abordar próximamente?

No tengo un listado del que voy tachando (risas). Esto tiene que ver con un estar y un mirar el mundo. A lo mejor hoy no hubiera escrito El país del miedo, pero entonces era cuando este factor estaba muy presente por encontrarnos en los años posteriores al 11-S y la guerra contra el terrorismo, con todo ese discurso que se había construido en torno a las amenazas y a la vulnerabilidad. El miedo en ese momento estaba en el debate y a mí me interesaba pensar en él. En otras palabras: son siempre cuestiones que me persiguen durante una temporada y que están aquí, en el presente.

 

Como decías al principio, tus novelas son una invitación a la reflexión. ¿Se puede concluir por ello que crees en el poder de la literatura para cambiar la realidad?

La respuesta general suele ser que no, porque no la vemos implicada en las grandes transformaciones o cambios sociales, pero yo creo que sí. Quizá, no con una gran magnitud o de una forma muy visible, sino a un nivel más cercano, de lector a lector. Diría que cualquiera puede pensar en libros que le han cambiado, no que le hayan convertido en otra persona, pero sí que le hayan hecho tomar otra perspectiva o hacerse preguntas diferentes. Resumiendo: pienso que si la ficción sirve para conservar el mundo, también para cambiarlo.

 

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Uno de los comentarios más repetidos cuando publicaste El vano ayer fue que sorprendía que un autor de apenas 30 años se aproximase al franquismo. ¿Cómo te sentaron estas reacciones?

Siempre contestaba que, precisamente, por eso escribía sobre ello: para entender y plantearme preguntas. No quería hacer un viaje en el tiempo para irme a los años que no viví, sino mirar al presente. La memoria histórica estaba en boca de todos a principios de los años 2000, cuando empezaron los primeros desenterramientos de fosas. Se trataba de un conflicto actual que nos mostraba las carencias de nuestra democracia y que exigía mirar atrás para saber dónde estaban sus raíces. Yo tenía una noción heredada: en parte familiar, en parte cultural y en parte institucional. Sin embargo, no estaba cerrada y entendí que eso era una ventaja para abordar este tema.

 

Demos un salto ahora a La habitación oscura: ¿es sano ese ejercicio de criticar a tu propia generación?

Todos tendríamos que hacer esa autocrítica. Eso sí, sin caer en la culpabilidad o en cierta depresión por pensar que realmente hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Deberíamos preguntarnos dónde estábamos o por qué permitimos ciertas cosas, no solo qué nos han hecho. Yo lo he intentado con los míos, los nacidos en los años 70, la primera generación en democracia.

 

Hay quienes hablan de novela realista como un género formal. ¿Compartes esta clasificación?

Creo que el realismo es una categoría en literatura, pero que hay mucho malentendido con ello, porque a veces clasificamos como tales algunas novelas que tienen muy poca vinculación con lo que entendemos por realidad. Por ejemplo, la mayoría de las que se vienen publicando desde la década de los 80 son formalmente realistas, pero no ayudan a entender esos años. Sin embargo, eso sí que sucede con la tradición realista del siglo XIX o principios del XX. En cualquier caso, el realismo que a mí me interesa en literatura no es documental o testimonial, sino aquel que plantea una mirada lateral o extraña sobre elementos cotidianos que hemos naturalizado en una época y, por tanto, que no nos cuestionamos.

 

Una pregunta muy manida: ¿goza la literatura española de buena salud en tu opinión?

(Risas) Está claro que tenemos que hablar en general, lo cual siempre es injusto, pues metemos en un mismo cajón a muchas propuestas y muchos autores muy diferentes. Pero no, yo diría que la literatura española no goza de especial buena salud. Tiene problemas con su posición en sociedad, porque ha sido superada por otros discursos de ficción. Además, me parece que la mejor literatura en castellano no se escribe desde hace años en la Península, sino en América Latina. Hay propuestas más interesantes y arriesgadas que llegan desde México, Colombia, Argentina… Esto no quita que contemos con autores nacionales interesantes, por supuesto.

 

¿Y qué hay del mundo editorial: sigue siendo tan tirano como algunos lo pintan o se ha hecho tan dinámico como otros apuntan?

El mundo editorial está ahora mismo reconfigurándose. Es un sector que arrastraba una crisis histórica y propia a la que se ha sumado una de consumo y otra cultural. Veremos qué queda y quiénes sobreviven después de todo esto. Imagino que habrá más fusiones entre los grandes grupos y que seguirán surgiendo pequeñas iniciativas independientes y autogestionadas que lograrán salir adelante. La clase media, como en todas las crisis, será la que peor se adaptará y más sufrirá.

 

Eres colaborador habitual en medios de comunicación. ¿Hasta qué punto condiciona la trayectoria de escritor el compartir tan abiertamente tu opinión?

Creo que los artículos que voy dejando en distintos medios están vinculados con mis obras de ficción, que hay una continuidad entre ellos y que muchas veces es una relación de ida y vuelta, porque temas que planteo en las novelas acaban llegando a ellos y viceversa. No creo que en los artículos de opinión me exponga más de lo que lo hago en la ficción. En este sentido no tengo ninguna preocupación.

 

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Pues llegó el momento de exponerse en esta entrevista: ¿qué te gustaría ver en la próxima legislatura y qué esperas en realidad que suceda?

Mi pronóstico es que vamos a tener una legislatura corta, muy movida y de reajuste. Llevo tiempo diciendo que las elecciones importantes, aquellas que van a marcar los siguientes años, no han sido las del 20-D, sino que van a ser las próximas. Ahora toca ver si lo que se produce es un escenario de ingobernabilidad que refuerza a los partidarios del bipartidismo o, si por el contrario, la fragmentación que se ha producido da lugar a un nuevo pluralismo político y a una nueva cultura de pactos. Por ello, miro el presente con mucho interés y con preocupación: con interés porque creo que vivimos un momento importante del que no vamos a salir iguales y con preocupación porque veo que hay un desplazamiento de lo social hacia lo político. Los problemas de corrupción o de representación han ocupado el centro de atención frente a los problemas económicos o de desigualdad. Muchos de mis conocidos que antes pertenecían a las plataformas sociales han pasado a ser concejales o diputados y en mi barrio ya no se convocan las mismas asambleas que hace unos meses. Sin embargo, creo que pueden salir cosas muy buenas de esa tensión por entrar en el juego institucional y tratar de movernos en sus cauces sin que nos encierren.

 

Eso en general, ¿pero hablando específicamente del ámbito cultural?

Desde el ámbito de la cultura se vienen haciendo propuestas y pidiendo una serie de cambios, pero esta materia ha quedado fuera en los últimos movimientos de posibles acuerdos. Es como un apéndice que no acaba de considerarse al mismo nivel que otros elementos. Ahora mismo, en el corto plazo, supongo que nos tendremos que conformar con que se aprueben una serie de medidas de alivio para la asfixia que hemos vivido en los últimos años. A partir de ahí, espero que sea posible otra política cultural, porque esta no solo es el IVA o las subvenciones.

 

Lejos de ser un pesimista, justamente fundaste y formas parte del colectivo quehacemos.org. ¿Confías en que las alternativas al orden establecido pueden vencer o es que de la ilusión también se vive?

Pues cuando montamos este colectivo hace tres años éramos muy modestos y pensábamos solamente en elaborar una serie de materiales prácticos entendidos como una obra colectiva en los que hubiese una reflexión, pero también una parte propositiva. De repente, nos hemos visto desbordados por los cambios de la realidad en un sentido positivo. Nos hemos quedado incluso paralizados, porque formábamos un colectivo de nueve personas y de ellas más de la mitad están ahora mismo en la nueva política. En cualquier caso, hemos visto cómo buena parte de esos materiales han sido útiles, porque han estado sobre la mesa en el momento de elaborar algunos programas electorales o de afrontar alguna negociación. Esa es la mayor satisfacción que tenemos.

 

Para terminar, cambiemos de tema: ¿hay que leer a los clásicos o no?

¡Por supuesto! Parece que un clásico se puede definir como un libro o un autor del podemos hablar sin haberlo leído, porque está como en el aire y nos lo han transmitido culturalmente. Pero no hay que dejar que otros los lean por nosotros o que nos lleguen ya leídos. Todos tenemos que regresar una y otra vez a ellos.


@LaBellver

Clara Elena Martínez

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